Los últimos tres días han sido de locos. Llegamos a Belo Horizonte primero, una ciudad que te contagia con la alegría de su gente, hasta ahora los más hospitalarios y amigables que hemos conocido en Brasil. Mucho decir para un país donde la alegría de su gente es su cualidad #1.
Llegó la selección Brasilera al hotel de concentración en “BH” entre una multitud de fanáticos de todas las edades que les gritaban como si fueran los Jonas Brothers, a nosotras nos recordó nuestra época de adolescentes cuando éramos fans de Servando y Florentino.
Pero la alegría contagiante no duró mucho… Tan solo 24 horas después nos encontramos en un Estadio Mineirão que parecía un funeral más que un partido de fútbol. Nos sentamos en la “arquibancada”, como le llaman en Brasil, rodeadas de aficionados con camisas amarillas, mascaras de Neymar por doquier, que un par de horas después cubririan el suelo del estadio como una alfombra. Y es que los Alemanes masacraron a la Canarinha, 5 goles en los primero 27 minutos de juego que no fueron suficientes, en el segundo tiempo llegaron dos mas, dejando desconsolados a jugadores, aficionados, niños, mujeres, y hasta nosotras lloramos.
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Esa misma noche, sin ganas ni ánimos de mucho nos tocó agarrar un bus que nos llevaría a São Paulo para la semi entre Argentina y Holanda. Ocho horas de camino que aprovechamos para dormir y recargar energías. Ayer en el Estadio Itaqueirão de São Paulo el ambiente fue todo lo contrario. Miles de argentinos lloraban en las gradas, pero de la emoción de ver a la Albiceleste de nuevo en una final mundialista, después de 24 anos cuando jugaron precisamente ante el mismo rival y ganaron los alemanes 1-0.
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Hoy volvemos a Rio de Janeiro para preparar todo para el domingo.
El Maracanã se vestirá completamente de adidas para la final entre Alemania y Argentina.
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