Ryan Lochte es una de las estrellas del equipo de natación de los Estados Unidos. El atleta de 32 años ha estado en la palestra de la élite mundial por mucho tiempo desde que comenzó su carrera profesional en 2004. Después de Michael Phelps, es el segundo deportista en la natación estadounidense con más medallas, 12 en total (seis oro, tres plata y tres bronce).
Hasta aquí todo suena maravilloso, porque si lo es. Las carreras de estos atletas son fascinante, sobre todo por el talento, la disciplina y el esfuerzo que ponen para llegar a destacarse en cada una de las competencias. Es por eso que resulta ilógico, que Lochte, no un chico que recién empieza a disfrutar de los beneficios del éxito y la fama, se comporte de la manera que lo hizo en Brasil.
¿Por qué se le ocurrió inventar una historia de robo a punta de pistola al nadador estadounidense en la olimpiadas de Rio 2016? Sin ánimos de insultar a nadie, honestamente, hay que ser bien infantil para crear tal cuento. Valga acotar que esta no es la primera controversia del estadounidense, quien a lo largo de los años, ha tenido un historial de escándalos y arrebatos.
El pinocho campeón olímpico. ¿Será? La estrella de la natación estadounidense y sus compañeros de equipo —Jack Conger, Gunnar Bentz, y Jimmy Feigen— habían dicho que unos asaltantes los habían apuntado con una arma de fuego para robarlos. Rápidamente fuentes de la policía brasileña informaron que todo fue un invento para ocultar un altercado que protagonizaron en una estación de gasolina en Rio de Janeiro donde destruyendo un baño, y al mismo tiempo, tuvieron un confrontación con el guardia de seguridad.
Todo parece indicar que es una mentira de los nadadores. Para justificar su comportamiento acudieron a los prejuicios de un país que pasa por momentos políticos, sociales y económicos muy difíciles. Por supuesto que a nadie le complace que inventen historias o que se valgan de las coyunturas para empañar aún más la imagen de una nación que lucha porque los juegos sean un éxito.
Que quede claro que utilizar la excusa del robo a punta de pistola, y así avivar los temores de unas olimpiadas al borde del desastre, es imperdonable. Por cierto, no solo es Lochte el culpable, sino también sus compañeros, quienes le siguieron el juego al campeón olímpico. Por favor que alguien le diga a Lochte que las olimpiadas son un evento de trascendencia internacional.
Los atletas que participan en unos juegos olímpicos son los embajadores deportivos de un país. Lochte no estás en Brasil participando en unos juegos colegiales (con el respeto a todos los atletas que empiezan desde muy temprano), y si este fuera el caso, tal comportamiento es igualmente reprensible. Aquí lo que se dice y se hace tiene consecuencias buenas y malas. Además eres un deportista de élite mundial.
¿Está la carrera de Lochte en riesgo? Todo parece indicar que no. La consecuencias de sus acciones parecen disiparse, y más allá de la atención mediática, los organizadores de Rio 2016, en las declaraciones de su director de comunicaciones, Mario Andrada, parecen ya haber perdonado al nadador de origen cubano-estadounidense. “Vamos a dar a estos muchachos un descanso. A veces se cometen acciones que lamentamos después. Son magníficos atletas”. ¿En serio? Y continua Andrada, “Lochte es uno de los mejores nadadores de todos los tiempos. Se divirtieron. Cometieron un error. Es parte de la vida. La vida sigue. Vamos”. Bueno…
Lochte también salió al ruedo y escribió un tuit de mea culpa por sus declaraciones. “Quiero disculparme por mi comportamiento pasado fin de semana – por no ser más cuidadoso y sincero en la forma en que he descrito los acontecimientos de aquella mañana y por mi papel en tomar el foco lejos de los muchos atletas el cumplimiento de sus sueños de participar en los Juegos Olímpicos…”. Muy bien, pero ¿será el gurú de las relaciones públicas, Matthew Hiltzik, quien ayudó al nadador a salirse de esta?
La controversia se aviva aún más, cuando otros atletas de color han sido criticados públicamente por acciones, totalmente alejadas al escándalo de Lochte. Por ejemplo, el escrutinio público a la que fue sometida la gimnasta, Gabby Douglas, por no colocar su mano en el corazón durante el himno nacional de los Estados Unidos.
Si bien Lochte será recordado por sus controversia en Rio 2016, lo que está por acrecentarse es una polémica aún más compleja, la social y racial. Ya muchos medios lo comentan. ¿Qué hubiera sucedido si el campeón olímpico fuera un atleta de la raza negra? Por supuesto que no todo esto puede terminar en un problema racial. Lo de Lochte es un triste capítulo en su carrera, perdonado o no, hay que dejar claro que este tipo de comportamientos son inaceptables.
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