Entre las discusiones a favor y en contra del legado del recientemente fallecido Fidel Castro se ha hecho análisis del impacto político, económico y social. Se le ha alabado por su impulso a la medicina y al deporte, mientras se le ha criticado por sus prácticas represivas y por perpetuarse en el poder. Sin embargo, un aspecto que aún cuesta trabajo evaluar es el desarrollo del cine durante su mandato, y sus perspectivas a futuro.
No es un secreto que Cuba, como posible escenario para futuras producciones de cine, ofrece un inmenso abanico de posibilidades para los realizadores. Los grandes estudios de todo el mundo deben estar considerando seriamente el aprovechar tanto potencial: locaciones naturales que no han sido explotadas hasta el cansancio, paraísos tropicales situados al lado de majestuosas montañas, ciudades que parecen suspendidas en el tiempo, un clima privilegiado y espacios de sobra para construir infraestructura.
¿Pero qué hay del material humano? Un aspecto que rara vez se menciona es la posibilidad de hacer de la isla un semillero de talento de toda índole. Las frugales condiciones reinantes durante la dictadura forzaron a los cubanos a echar mano del ingenio y la resolución rápida de problemas, cualidades sumamente apreciadas en las producciones para la pantalla.
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Por otro lado están los actores y actrices: docenas, centenas de rostros nuevos que han figurado en producciones locales de cine, teatro y televisión, y que podrían hallar un valioso escaparate ante una apertura súbita. Hay cantidad de brillantes artistas de origen cubano ejerciendo su oficio por el mundo, ¿no provoca curiosidad ver cuántos más pueden saltar a la notoriedad en los próximos años?
En cuanto a realizadores y demás personal “detrás de cámara” también hay talento a la mano. Francis Ford Coppola recientemente habló sobre el gran cúmulo de jóvenes cineastas cubanos que, apoyándose en las nuevas tecnologías, comienzan a explorar fórmulas narrativas innovadoras basándose en cortometrajes, principalmente. Es un nuevo proceso de generación de realizadores, para un medio que contaba con el auspicio del estado pero jamás con los recursos suficientes para apoyar más que un puñado de producciones.
La libertad que puede experimentar el cine cubano, cuya divulgación en Estados Unidos siempre se vio limitada por cuestiones políticas, tiene la facultad de estallar una vez que la nación experimente los beneficios de una apertura franca hacia el mundo. Es claro que el interés de Hollywood por narrar la historia reciente de Cuba permitirá que la derrama económica y demás beneficios de llevar producciones a la isla se extiendan a los proyectos locales. Pero también hay que considerar que los propios cubanos tienen un gran interés por mirar hacia adelante y explorar temas, historias y hasta técnicas que les estaban vedadas.
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En mis épocas de estudiante universitario me llamaba la atención la cantidad de recursos ingeniosos que usaba el cine cubano para destacar en el panorama mundial. La animación fue una de sus aportaciones brillantes con películas como Vampiros en La Habana (1985), pero también era claro que directores como Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa sabían estructurar, dentro de la clara censura oficial, historias con carácter sutilmente subversivo. No me parecía raro: una nación cuya historia reciente había sido forjada por rebeldes estaba obligada a seguir manifestando algo de rebeldía en el terreno cultural.
Estas características son las que entusiasman tanto a quienes hablamos del futuro del cine en Cuba: una combinación de recursos frescos con cineastas jóvenes a cargo de las propuestas, llevadas a término con actores que no han saturado la pantalla con sus rostros. Sumémosle la posibilidad de que estos talentos sean libres de emitir y sus mensajes y podríamos estar presenciando un boom comparable al que vivió el cine español tras la caída de Francisco Franco. Los cinéfilos tenemos motivos para entusiasmarnos, sin duda.
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