Tranquilos, fans del show de zombies más popular de la TV: no voy a quejarme sobre la violencia excesiva de su show favorito. Tampoco voy a ejercer un juicio crítico para reclamar por la presencia de este drama en los medios, ni me desgarraré las vestiduras exigiendo contenido con mayor aporte cultural.
Por el contrario, me gusta The Walking Dead. He visto todos y cada uno de sus episodios a lo largo de siete temporadas, más los materiales disponibles en línea. Veo Talking Dead al final de cada episodio. Leo el cómic religiosamente, he terminado los videojuegos y tengo una figura plástica de Daryl (Norman Reedus) en mi escritorio. Pero hasta los fans más devotos debemos admitir que hay algo problemático a la vista.
Las cifras lo avalan: tras un inicio de temporada que fue visto por 17.03 millones de personas (la segunda mejor audiencia desde el inicio de la temporada 5), el programa está perdiendo cantidades considerables de vistas con cada nuevo episodio. El desplome del capítulo 1 al 2 fue de casi 5 millones de personas. Así que hay que buscar explicaciones, mientras más pronto mejor.
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La audiencia ya había decidido abandonar el programa desde la temporada previa. Esta teoría salió a la luz después de las múltiples manifestaciones de descontento ocurridas después del final de la temporada 6, en el que nos quedamos con la duda acerca de quién había sido abatido por el villano Negan (Jeffrey Dean Morgan) y su devastador bate de beisbol Lucille. Tanto críticos como audiencia televisiva se cansaron de decir que “ya habían tenido suficiente” del programa y sus líneas narrativas inconclusas, que resultaron aún más molestas al tener que pasar meses especulando sobre el destino del elenco.
¿Por qué entonces hubo tanto televidente en el inicio de la siguiente temporada? Simple, por resolver ese último y molesto cabo suelto. Una vez que el público descubrió los destinos fatales de dos de sus personajes, más el aprisionamiento del más popular en el elenco, muchos de los quejosos cumplieron la amenaza y abandonaron la nave.
La desesperanza es demasiada. No se puede criticar a TWD por hacer un esfuerzo y eliminar a personajes clave. Pero también es cierto que la producción había caído en un ritmo cómodo en el que mataba personajes secundarios y terciarios como si se tratase de cumplir una especie de cuota, y sabíamos de alguna forma que los populares iban a salir airosos.
Ahora veamos el inicio de la presente temporada (y sí, deja de leer si no la has visto aún): Abraham (Michael Cudlitz) y Glenn (Steven Yeung) mueren a manos de Negan, quien procede a torturar anímicamente a Rick (Andrew Lincoln) al punto de reducir al líder del grupo a un guiñapo emocional, con la mirada vacante y la inseguridad que asociamos con una víctima traumatizada. Y de postre, Negan y su grupo (The Saviors) se llevan cautivo a Daryl y proceden a darle un tratamiento tipo rehén de Al-Qaeda. El hecho de que se ha resaltado en repetidas ocasiones que derrotar a Negan es una “labor imposible” y que “las consecuencias serían impensables” ha aniquilado la esperanza de muchos fans, quienes no quieren ver a los pocos personajes con quienes sienten empatía sufrir indeciblemente durante toda una temporada.
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The Walking Dead no sabe equilibrar el drama. Es normal que los inicios y finales de temporada experimenten aumentos de audiencia. Más aún con TWD, donde hay un “final de media temporada” y una “premiere de media temporada”. Suele ser episodios llenos de tensión, eventos significativos y grandes revelaciones que dan pie a nuevos conflictos en el argumento. Lo malo es que, con alarmante frecuencia, los episodios restantes suelen sentirse “de relleno”.
La séptima temporada está resintiendo particularmente este fenómeno: El episodio número 5 fue visto por tan sólo 11 millones de personas, una cifra que no ocurría desde la tercera temporada. Siguen siendo números muy sólidos para una serie de cable, y están a la par con algunos de los éxitos de la TV abierta, pero marcan una clara tendencia a la baja que debe tener preocupados a los productores.
La fórmula ya no es tan efectiva. Podríamos especular respecto a que estemos viendo el final de la fiebre por el tema de los zombies. El género de los “muertos vivientes” tuvo un sólido renacimiento a mediados de la década pasada y había logrado sostener infinidad de producciones en diversos medios, pero todas estas tendencias tienden a menguar con el tiempo.
Si bien la atención de la audiencia no está en el punto de hacernos vaticinar una conclusión apresurada para The Walking Dead (AMC tiene contrato firmado con la serie para la octava temporada que iniciará a finales de 2017), sí es momento de reflexionar sobre el futuro a mediano y largo plazo.
Algunos creen que la idea de buscar una expansión al universo de TWD está generando una lógica merma de interés en lo que estas nuevas historias desarrollan afinidad con el público, y es difícil de refutar. La séptima temporada nos ha mostrado ya otros tres asentamientos que interactúan con el mundo de Rick, Michonne, Eugene y compañía, y no podemos olvidar que hay una serie hermana llamada Fear The Walking Dead compitiendo por la atención del espectador. Démosle tiempo, pero no pasemos por alto las debilidades de una producción que hasta hace poco parecía invulnerable.
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