Ambiguo, pero emocionalmente satisfactorio. Así es como se puede describir el capítulo final de Mad Men, una de las series más importantes de la televisión en las últimas dos décadas. Espléndidamente actuado (por fin, Jon Hamm y compañía deben ganar el Emmy) y finamente dirigido, va a dar de qué hablar por mucho tiempo.
Por supuesto, no fue un final que haya dejado contentos a todos los fans, pues hubo quienes lo encontraron sublime y otros que sienten que se quedaron varios cabos sueltos en las historias de los personajes centrales de la trama. Pero a final de cuentas así es la vida. No siempre las cosas terminan como uno quiere o cree, sino de una manera muy diferente.
Más parecido en tono al final de Lost, en el que sus personajes terminan redimidos luego de haber vivido sus vidas fuera de la isla, Mad Men termina de una manera hasta cierto punto optimista, aunque sin caer en clichés. El famoso Carrusel del que Don Draper habló al final de la primera temporada, ha regresado al principio. El círculo se ha cerrado. El destino no es lo que importa, sino el viaje. Y vaya viaje que han tenido.
En el caso de Mad Men, su creador, Matthew Weiner, se mantuvo coherente a lo que fue la serie durante sus ocho años de transmisión: un reflejo de la vida de personas en búsqueda de aquello que les dé un propósito, una misión de vida o el camino para encontrar la redención.
En los últimos capítulos (y de hecho, en las últimas temporadas, desde su matrimonio con Megan), Don había buscado dejar atrás su tortuoso pasado, tratando de ser lo más fiel que podía a su esposa e iniciando un camino de autodescubrimiento que, como suele pasar, tenía que llevarlo a caer en lo más profundo de su abismo personal (representado en los créditos iniciales de la serie) para, de una vez por todas, despojarse de la gran carga que lo inhabilita emocionalmente y encontrar la paz que nunca ha tenido, pero que siempre ha deseado desde que era un chico abandonado por su madre, criado entre prostitutas y que fue capaz de reinventarse a sí mismo con una personalidad exitosa, pero prestada, con la que solía ocultar su dolor.
Como también suele pasar, casi siempre hay uno o dos momentos clave que terminan por definir el curso final que tomará el héroe de la historia, y en ese sentido, Don tuvo cuatro, casi seguidos, que lo llevaron a tomar la decisión más importante de su vida. Los momentos que lo llevan a reinventarse nuevamente, pero con experiencia acumulada.
Tres de ellos lo conectaron, aunque fuera por teléfono, con las personas más importantes de su vida: primero, la llamada con su hija Sally, en la que se da cuenta que su primogénita ha adquirido la madurez de la que él carece y que se convierte, de facto, en la madre de sus dos hermanos, Bobby y Gene. Sally le da la noticia a Don de que su madre, Betty, está muriendo de cáncer, lo cual representa una sacudida para el otrora frío y desconectado Don.
Esto lo lleva al segundo momento clave: su –quizá- última conversación con Betty, en la que muestra los sentimientos que tiene hacia ella. A final de cuentas su matrimonio no funcionó, pero es la madre de sus hijos y una mujer a la que amó en verdad. Ahí el mundo de Don comienza a desmoronarse cuando Betty decide dejar a sus hijos con su hermano y con la esposa de él, para que tengan un ambiente de familia encabezado por una mujer.
El tercero es la llamada con su protegida, la persona que profesionalmente más lo retó, la única mujer a la que respetó desde el principio y con quien tiene una profunda amistad: Peggy.
“No soy el hombre que crees que soy. He roto mis promesas. He escandalizado a mi hija, le he quitado el nombre a otra persona y no hice nada con él. He llamado porque me di cuenta de que nunca me despedí de ti”, sentencia Don en un acto de contrición que lo lleva a derrumbarse… pero aún le faltaba uno más.
El golpe final a su ego, el último clavo en el ataúd de su vida licenciosa y sin sentido se lo da un completo desconocido, Leonard, durante una sesión de terapia emocional: “Yo nunca he sido interesante para nadie. Trabajo en una oficina, pasa la gente a mi lado y no me ven. Llego a casa con mi esposa e hijos y no levantan la vista cuando me siento. Deberían quererme. Pero ni siquiera sé qué es eso”.
Tras contar un sueño en el que refleja la poca importancia que tiene para los demás, Leonard rompe en llanto y Don, en un hecho inusual para él, logra por fin conectar con otro ser humano, ser empático con él y sentir su dolor. Don lo abraza y ambos terminan llorando en una de las secuencias más emotivas de toda la serie, con un Jon Hamm en su mejor momento. Es el instante en que, metafóricamente, Don se despide de su viejo yo, del Don/Dick que debe morir para dar paso a otro y surgir, cual ave fénix, de sus cenizas. Don se ha redimido.
De ahí, Weiner muestra, en cosa de tres minutos, la realización de los principales personajes de la historia: Pete subiendo a un avión de Lear Jet rumbo a una nueva vida en Wichita junto con Trudy y y su hija; Joan viviendo su vida como empresaria en Holloway-Harris, su empresa propia por la cual fue capaz de sacrificar (al menos momentáneamente) su vida de pareja; Roger aceptando su edad y viviendo una relación estable con Marie, en momentos en que ven a una pareja de adultos mayores conviviendo en la mesa contigua; Sally convertida en la jefa de su familia, lavando los trastes mientras su madre, Betty, con su característica frialdad, fuma un cigarro mientras lee el diario; Peggy escribiendo quizá el texto de publicidad más importante de su carrera, mientras tiene el sostén emocional de Stan, con quien inicia una relación de amor real… y Don, mirando al nuevo sol, “un nuevo día, nuevas ideas, un nuevo tú”, como les dicta su instructor de yoga.
Al final, la leve sonrisa de Don lo muestra, por primera vez en su vida, en paz consigo mismo… y quizá creando internamente uno de los spots publicitarios más famosos de la historia: el anuncio de Coca-Cola con la canción “I’d like to buy the world a Coke”, en el que un grupo de jóvenes, de diferentes naciones y razas, emite un mensaje de hermandad mundial.
¿Es Don –en el mundo de Mad Men- el autor de dicho anuncio? ¿Fue Peggy? En realidad no importa. El viejo Don Draper/Dick Whitman ha muerto. La vida, para Don, ha comenzado de nuevo.
Excelente crítica, análisis de un final esperado, temido…y por sobretodo al que no queríamos arribar para que esta brillante serie, para que estos superlativos personajes lleguen a su fin. Por este medio, quiero agradecer al creador de Mad Men y a todo el equipo el impecable trabajo. Felicitaciones”! (Cris de Córdoba, Argentina)
Muchas gracias por tu comentario. Sí, la verdad es que Mad Men es una serie que se va a extrañar por la riqueza de su guión, de sus actuaciones y muchas otras cosas. Saludos hasta Argentina!