Antes de que su campaña presidencial cayera en una franca espiral descendente, Donald Trump se jactaba de ser tan popular que podría dispararle a una persona en pleno Times Square y no perdería un solo voto.
Bienvenido al mundo de Juan Gabriel, Donald…
Tras el deceso del Divo de Juárez se han desatado decenas de remembranzas sobre su fructífera carrera: Un legado de más de 1,800 composiciones, récords indiscutibles en las listas de popularidad de múltiples países, cifras de venta estratosféricas y giras de conciertos que agotaban localidades sin mayor problema. Pero hay un aspecto de su celebridad que no puede estimarse en simples cifras, y es el de su capacidad para salir indemne de toda clase de escándalos.
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No que fuera propenso a los mismos. Todo sugiere que los rumores malintencionados y las calumnias comenzaron a manifestarse en su vida de la mano de su popularidad. A mayor renombre, más descabellados los alegatos en su contra, como lo demuestra una difundida teoría formulada a finales de los años 70 y principios de los 80 que afirmaba que el compositor era un adorador satánico y que ocultaba mensajes de este tipo en sus canciones.
Juanga ni siquiera se molestaba en hacer eco a esa clase de acusaciones, mostrando desde sus inicios una clara idea de lo que significaba ser famoso y el engorroso bagaje no solicitado que a veces le tocaría cargar. Los rumores de satanismo pronto cedieron terreno a un tema más delicado: la homosexualidad.
El cantautor jamás pronunció nada más contundente sobre sus preferencias sexuales que la críptica frase: “Dicen que lo que se ve no se pregunta”, expresada durante una entrevista con Primer Impacto. Y sin embargo constantemente se especuló sobre ciertos personajes en su vida, quienes potencialmente significaron algunos momentos incómodos en su por demás exitosa carrera. El rumor de que su rompimiento artístico con Rocío Dúrcal se suscitó después de que la española le sorprendiera en la cama con su ex esposo tuvo algo de eco en los medios, pero a los fans pareció no importarles gran cosa.
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De igual manera, el músico brindó su apoyo incondicional en el mundo de la música a Jas Devael, un cantante de quien se rumoraba era su pareja sentimental. Antes de que los medios lograsen ahondar en la relación entre ambos, la carrera de Devael se esfumó de la noche a la mañana, flotando en el aire acusaciones de que se había aprovechado del buen corazón de su “mentor” para impulsar si naciente carrera.
Uno pensaría que los mismos medios pudieron presentarse como juez y parte en muchas instancias pertinentes a Juan Gabriel. Sin embargo esto no ocurrió, y jamás vimos encabezados obvios donde se pretendiera “desenmascarar” al cantautor o sacarle del clóset. Nunca sufrimos por el morbo que se hubiera generado con cualquier clase de admisión por parte suya en lo que a vida sexual atañe. ¿Le protegían los medios? ¿Tiene siquiera importancia cultural? Cada nuevo escándalo potencial que se cernía sobre él como una ola aplastante se rompía frente a un talud de indiferencia mediática.
Ni la política, un tema delicado en el México moderno, fue tierra fértil para la creación y divulgación de escándalo. Juan Gabriel participó activamente con un jingle en la campaña presidencial de Carlos Labastida, del PRI, durante el año 2000. Ser priísta puede ser considerado una falta mayor que cualquier otra en la actualidad, pero la gente lo tomó con filosofía, incluso disculpándole y especulando oír sobre el rol de Juan Gabriel en una nueva puesta en escena.
Juárez le adoptó como hijo pródigo, pero jamás tuvimos que escribir sobre nexos con el narco en una ciudad donde las incómodas relaciones entre crimen organizado y artistas se suceden con frecuencia. Decir que al público no le impactaban las historias más sórdidas que mencionasen su nombre es una aseveración que se queda sin responder, por siempre.
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En esencia: Juan Gabriel estaba “mas allá del bien y del mal”, como se suele decir en México. La experiencia de vivir en un país machista y homofóbico parece haberle curtido de una forma atípica, donde él termina siendo el punto de equilibrio en muchas conversaciones y discusiones. Por esa y otras razones hay que admitir que el Divo de Juárez no fue único en materia de enfrentar escándalos… Simplemente no formó parte de ellos, por mera voluntad. ¿Algún día conoceremos cuál es la clave detrás de esta habilidad? Esperemos que sí.
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