Se puede decir cualquier cosa del segundo debate presidencial entre Hilary Clinton y Donald Trump, menos que fue aburrido. Y si bien esto no es un asunto de diversión, porque para eso nos ponemos a ver un show de TV, una película, o nos vamos de fiesta, es complicado no dejar de ver todo esto como un espectáculo político del mundo moderno.
Decir quién resultó ganador, es complejo. Si nos vamos a las encuestas, unas dan a Clinton como ganadora. Otras hablan de un empate técnico, y por supuesto, están las que dicen que Trump salió airoso. Podríamos escribir decenas de artículos analizando cada uno de estas premisas, pero en realidad, lo que deberíamos hablar es de, simplemente, quién lució mejor.
Porque ser avivado o “hablachento” son cualidades que no resuelven o crean mucho progreso, pero si te hacen popular. Lo que presenciamos la noche del domingo, no fue algo muy a la altura de la retórica de grandes figuras de la historia política estadounidense – por ejemplo, Abraham Lincoln– ni mucho menos mundial –Sir Winston Churchill.
¿Pero quién dijo que en todo esto del poder se necesita un poco de clase o compostura? Una Clinton muy estratégica a la hora de responder y posicionarse en escena fue clave, pero no necesariamente la hizo ganadora. Trump se vio desajustado, caminando de una lado a otro, a veces en control, otras no. Y tampoco lució muy triunfante. La disparidad personalidades se evidenció aún más con este formato de debate, donde los candidatos pueden moverse libremente.
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Una de las grandes herencias históricas que las sociedades hemos compartido, generación tras generación, es el arte del debate. Nos viene de los romanos y los griegos. Y ver a este par discutiendo, uno con una actitud del niño inquieto y rebelde del colegio, y la otra la niña compuesta, madura y evolucionada de la clase, es algo muy pintoresco.
Los debates romanos son un buen ejemplo de esto. Porque éstos iban desde las teorías más intrínsecas e ininteligibles, hasta lo más surreal – vulgaridad, humor, horror, violencia, sorpresas, engaños, en fin todo un entramado de pensamientos, palabras y visceralidades. Lo que vimos ayer es digno de cualquier quórum romano. ¿Sorprendidos? No. ¡Esto ha existido por siglos! Claro está que, tal vez, la gran diferencia, es que una mujer es la protagonista de esta historia.
Ahora la temática sobre los comportamientos de abuso sexual hacia las mujeres fue la guinda de la noche. Entre los escándalos de Trump, y las acusaciones a Bill Clinton, una buena parte del debate se centró en ver quién iba a ser el verdadero malvado de la historia. Y bueno, hasta amenazas de llevar a la candidata a la cárcel se hicieron presente por parte del republicano.
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El segundo debate no le ganó en audiencia al primero – 69 millones versus 84 millones. Pero si rompió todo los récords en las redes sociales. Vaya enigma. Tanto en Twitter como Facebook, la participación fue sin precedentes. Por un lado, se generaron más de 17 millones de tuits, y por el otro 92.4 millones de likes, posts, comentarios y shares.
Espero que muchos coincidan conmigo que lo mejor del debate fue el final. Ante todo aquel espectáculo político de dimes y diretes, tensiones, ataques, y solo una persona haciendo propuestas concretas, una pregunta se destacó. Al escucharla sentimos una especie de aire fresco.
Los candidatos fueron exhortados a reconocer algo positivo de cada uno. De inmediato las caras y el ambiente cambió. Clinton como la madre y mujer que es, fue muy acertada al decir, “respeto a sus hijos. Son increíblemente capaces y leales, y creo que eso dice mucho sobre Donald”.
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Trump, aunque un poco incomodo, logró parafrasear lo siguiente, “Voy a decir esto sobre Hillary: ella no abandona, no se rinde. Es una luchadora. No estoy de acuerdo con muchas de las cosas por las que lucha, pero es aguerrida, no se rinde y no abandona, y considero que es un rasgo muy bueno”.
¿Quién lució mejor? Es cuestión de gustos. La niña del colegio, conocida por su madurez, seriedad y evolución, me da más confianza que el niño populachon, inquieto y rebelde. Ambos son exitosos, pero solo uno luce presidencial.
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