La noticia no me cayó del todo bien: Justin Bieber, el joven y multimillonario ícono del pop, está por añadirle varios ceros más a su sustancial cuenta bancaria a través de la venta de una aplicación móvil llena de emojis con su efigie. “Justmojis”, los llama él. “Otra señal inminente del Apocalipsis”, los llamo yo.
Claro, Biebs no está solo a la hora de buscar sacar tajada de la audiencia cautivada por los dichosos emojis. El MVP de la NBA Stephen Curry, seguramente aún afligido por haber perdido el campeonato ante LeBron James y sus Cavaliers, lanzó una colección de “StephMojis” que se venden por la módica cantidad de USD$1.99, y que sirven para comunicarle al mundo, mediante pequeñas representaciones gráficas de sentimientos, que eres fan del jugador de basquetbol y que te sobra el dinero para gastos absurdos.
La reina de estas “extensiones de marca” entre los famosos sigue y seguirá siendo Kim Kardashian, claro está. No sólo lanzó hace unos días una línea de papel de regalo y covers de celulares de sus famosos “kimojis”, sino que se reporta que ha ganado unos USD$40 millones en los últimos dos años gracias a las magníficas ventas de su videojuego para plataformas portátiles. Reflexionemos durante unos momentos sobre quiénes podrían ser las figuras más reconocidas en la historia de los juegos de video: un semicírculo amarillo que persigue fantasmas en un laberinto, un plomero italiano que busca a una princesa por diversos reinos… y una socialité casada con un rapero megalómano.
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Todo suena raro, pero vivimos una triste verdad en la actualidad: los famosos no se conforman con su presente nivel de fama y fortuna, y ahora se reinventan como CEO’s de sus propias iniciativas comerciales. Fuera de sus participaciones en la saga de Iron Man me cuesta trabajo ubicar a Gwyneth Paltrow en alguna película reciente. Pero la incesante promoción que hace de Goop, ese sitio web que combina tips para divas hogareñas con la venta de mercancía exclusiva a precios exorbitantes, nos puede confundir y hacernos creer por un momento que sigue tan activa como siempre en la profesión actoral. Claro, Goop también me hace creer que gastar casi US$20 en un frasquito de sal de mar es una compra sensata, así que no me hagan mucho caso.
Los expertos afirman que esta epidemia de celebridades vendiendo productos como extensiones de sí mismos comenzó con Paul Newman a principios de los años 80. El actor y su esposa desarrollaron la marca Newman’s Own, comenzando con un sencillo aderezo de ensaladas y expandiéndolo después en una empresa con cientos de empleados y millones de dólares anuales en ventas. Claro, no debemos olvidar que lo que motivó a los Newman a fundar la compañía fue el dedicar las ganancias a obras de caridad, algo digno de admiración que no necesariamente es copiado por los famosos de hoy día.
Creo que lo que me irrita de esta oleada de productos y servicios es que parecen ser una extraña combinación de proyectos de vanidad y monumentos al ego. Lejos de estar ligados a genuinas causas sociales o inquietudes personales, muchos de estos productos parecen descarados esfuerzos por aprovechar modas pasajeras. Steven Segal tuvo su línea de bebidas energéticas. Ludacris lanzó su marca de cognac. Jessica Simpson optó por vender ropa a precios populares en vez de intentar competir con Britney Spears y Christina Aguilera. A lo mejor resulta que ser un cantante o actor famoso es tan sólo un paso más en una trayectoria de carrera rumbo al comercio al mayoreo.
¿En qué momento puedo tolerar esta visión de las celebridades como mercaderes? Quizá cuando son mejores como empresarios que como personalidades mediáticas. Digo, me queda claro que el mundo no perdió una gran actriz el día que Jessica Alba decidió montar su empresa de productos orgánicos para bebés, así que me da gusto saber que encontró una vocación millonaria que además crea muchas fuentes de trabajo. Y las gemelas Mary-Kate y Ashley Olsen eran insufribles en sus películas y series de TV, pero tal parece que han salido buenas como empresarias al asociarse con grandes cadenas de tiendas de autoservicio. Reitero: no perdimos a un gran par de cantantes/actrices en el proceso.
No obstante, me parece que extraño un poco la época en la que los músicos se dedicaban a hacer música, los actores a actuar y los Kardashians a… bueno, a hacer lo que hacían antes de que comenzaran a hacer lo que hoy hacen. Me gustaba saber que existían auténticos artistas entregados a su profesión, mejorando cada día, reinventándose constantemente para seguir en el gusto del público. Bueno, costumbres anticuadas, supongo. Ahora los dejo: quiero ver dónde venden los tubos de stripper que promueve Carmen Electra, creo que será un gran regalo para mi novia en su cumpleaños.
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