Chris Brown NikeLab X Olivier Rousteing
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Durante la tarde del 30 de agosto de 2016, el cantante se mueve nervioso entre las habitaciones de su mansión en Tarzana, California. Varios vehículos de policía se aglomeran a la entrada de la propiedad. Él los mira furtivamente por una ventana, luego por otra. Hace pausas en su recorrido para ingresar a sus redes sociales, grabando un animado desafío tras otro en Instagram, mismos que borra al poco rato. A veces luce como una fiera acorralada, pero la mayor parte de las ocasiones se le ve cansado. Muy cansado.

Su historial dificulta que sintamos simpatía por su situación. Dice haber sido acusado falsamente de amenazar a una mujer con un arma de fuego, apuntándole a la cara y amenazando con jalar del gatillo. No es algo para tomarse a la ligera, pues el cantante tiene una larga lista de incidentes legales que le condenan ante la opinión pública. Una infracción más podría ser el fin de su carrera. O quizá no. Varios de sus mensajes en redes repiten la invitación para que sus seguidores “reproduzcan, descarguen, compren” su más reciente sencillo, ‘Grass Ain’t Greener’. Ellos le hacen caso.

Chris Brown compró esta existencia para sí hace más de siete años, concretamente el 8 de febrero de 2009. Ese día vimos las fotos del rostro de su entonces novia, Rihanna, la joven promesa musical originaria de Barbados. Rihanna, la de la exótica belleza y los sugerentes temas pop que comenzaban a marcar su despegue artístico. Rihanna, sus delicadas facciones deformadas por una serie de puñetazos certeros, en fotos que no dejaban lugar a dudas sobre lo que el joven Brown era capaz de hacer en un momento de cólera desbordada.

Rihanna se convirtió ese día en un icono para las mujeres que tienen que superar las relaciones abusivas. Y Chris Brown se convirtió en Chris Brown, enemigo de sí mismo.

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No han faltado incidentes desde ese entonces. Pese a que la corte le otorgó una libertad condicional y un periodo probatorio de cinco años tras el ataque, Chris siguió haciendo lo posible por sabotearse en lo sucesivo. Tras entrevistas donde manifestaba su “profundo pesar” y “genuino arrepentimiento” por golpear a Rihanna, además de asumir “completa responsabilidad por los hechos”, el intérprete procuró cultivar una imagen donde todo su proceder aparentaba ser un prolongado acto de contrición.

Y envuelto en dicho acto, el mensaje de ser un “chico malo”, un incomprendido. Alegar constantemente que está “harto de que la gente vuelva al mismo tema”. Insinuar un componente racial en los ataques a su persona, sin un asomo de cinismo durante el proceso. Y por encima de todo: el “call to action”, la labor de venta.

La práctica funciona. Tras su reciente encuentro con la policía, el cantante experimentó un aumento de ventas del 16 por ciento entre sus canciones y álbumes, más un 15 por ciento de crecimiento en tráfico en línea de acuerdo a estimados de Billboard. Y si algo funciona, ¿para qué intentar arreglarlo?

Debemos entender algo sobre Chris Brown, de una vez por todas: Se encamina a un terreno extremadamente peligroso, el de la impunidad para las celebridades. Dicho de otra manera, ha aprendido que sus actos no suelen tener consecuencias graves. Si llega a pisar una cárcel, el resultado a largo plazo es otra gira mediática diciendo que “ha cambiado” y que sólo quiere dedicarse a su música. El público le compra la historia, y de paso le compra más discos. Ha descubierto cómo puede beneficiarse del sistema, así que se mueve dentro del mismo como pez en el agua.

Chris no ha experimentado el ostracismo real que solía adjudicársele a los famosos que transgredían la ley y desilusionaban a sus fans, pues tiene la suerte de vivir en que los fans están dispuestos a ignorar todo de manera conveniente. El comediante Adam Carolla dice que hoy en día saber bailar y cantar es una especie de indulto plenario ante la opinión pública, pues no importa la falta que uno haya cometido… siempre habrá alguien que cierre la conversación con un “eso sí, ese desgraciado sí que sabe bailar/cantar”. Su ejemplo aplica tanto para Michael Jackson y los alegatos de abuso infantil como para Brown y sus estallidos de violencia.

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 La memoria colectiva suele fallarnos al recordar que, en efecto, el intérprete se ha sometido en varias ocasiones a terapia para controlar la ira. Y que ha sido expulsado de dichos tratamientos en múltiples ocasiones. Habían pasado un par de años después de la golpiza a Rihanna cuando Chris acudió a una entrevista con Good Morning America y, sintiéndose acosado por las preguntas de Robin Roberts, abandonó intempestivamente el estudio de TV, no sin antes arrojar una silla a través de la ventana de su camerino. No olvidemos que se encontraba realizando una serie de apariciones en medios para recordarnos que “había aprendido la lección” sobre su temperamento, ¿eh?

A veces analizo su proceder y me convenzo de que Brown no tiene la menor intención de cambiar. Llego a esta conclusión invariablemente puesto que él nunca ha tocado fondo, en términos reales. Oh, por supuesto que ha pasado por etapas donde el público reprueba su comportamiento, pero jamás al punto en el que dicha reprobación se refleje en su estándar de vida. Chris sigue vendiendo discos. Chris sigue llenando conciertos. Chris sigue colaborando con otros artistas, quienes validan muchas de sus malas decisiones al elegir trabajar con él. Y Chris sigue entablando luchas diarias consigo mismo.

Estos conflictos de Chris Brown contra Chris Brown surten siempre el efecto deseado: generar escándalo, sembrar teorías conspiratorias en las que el mundo entero parece obrar contra sus deseos de ser mejor, mostrarse como un incomprendido… y vender más. Cuando una persona realmente sabe que está metida en problemas suele gritar “ayúdenme”, no “reproduzcan, descarguen, compren mi disco”. Deberíamos saberlo a estas alturas.

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Y es que la ventaja de pelear contra uno mismo es que, aunque se pierda, uno siempre termina por ganar.

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