Reinventando la comedia cada cuatro años
Saturday Night Live / Facebook

Para bien o para mal (seamos sinceros: es para bien), las elecciones presidenciales del 2016 quedarán decididas el próximo martes 9 de noviembre y tendremos una visión clara de lo que depara el futuro en Estados Unidos. Bueno, eso a menos que ocurra otro fiasco como la incertidumbre del 2000 entre Al Gore y George W. Bush, en cuyo caso habrá un único beneficiado del suceso: la comedia.

Remontándonos a ese año podemos descubrir un patrón interesante: los ciclos electorales también provocan renovación de ideas y empatía con aquello que el público general considera gracioso. Es como apretar el botón de “reinicio” y acercarse al espíritu que prevalece en la conciencia colectiva, y estamos por vivir ese fenómeno una vez más.

Mala noticia para los partidarios de Hillary Clinton: es claro que las victorias de los demócratas hacen poco por enaltecer la comedia en Estados Unidos. Es difícil explicar por qué, pero es cierto que el carácter subversivo y el humor ácido que surge en desafío a los mandatos republicanos provee mucho más material.

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Esto no quiere decir que si Clinton gana dejaremos de reír, pero el humor será mucho más calculado. Por principio de cuentas habrá que navegar con cuidado las aguas de la comedia políticamente correcta, pues los chistes reiterados sobre una mujer presidente serán tachados de “sexistas” por la mitad de la población, y es un cálculo conservador. No es que los liberales no sepan reírse de sí mismos: es que históricamente han demostrado que se sienten culpables por hacerlo.

En cambio, ¿pueden imaginarse la cantidad de comedia, voluntaria e involuntaria, que nos espera con Donald Trump en la Oficina Oval? Chistes sobre The Apprentice y casinos en quiebra, hordas de alegatos sexuales, comediantes hispanos y musulmanes recibiendo material para sus actos en bandeja de plata, Vladimir Putin como blanco de centenares de sketches, chistes con Melania Trump como protagonista… El humor no tendría fin, punto.

Admitámoslo: una presidencia republicana suele ser un semillero auténtico de sátira al extremo e hilarante creatividad. La explosión de popularidad lograda por Jon Stewart y Stephen Colbert se nutrió constantemente de la crítica al poder, y George W. Bush se cansó de proveerles con material fresco durante sus periodos presidenciales. Las imitaciones de sus manerismos y malapropismos por parte de Will Ferrell y Frank Caliendo hicieron llevaderas las épocas de guerras en medio oriente, crisis financieras y colapsos inmobiliarios. Hey, algún consuelo teníamos que tener.

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Yendo un poco más atrás descubrimos que los años de Bill Clinton otorgaron comedia más burda, menos imaginativa. Es difícil hacer un análisis profundo a lo John Oliver o Samantha Bee cuando estamos hablando de Monica Lewinsky y manchas de proteína sobre un vestido azul, entre otras de las indiscreciones a las que nos acostumbró el entonces presidente.

Ah, pero George Bush Sr. nos trajo las memorables imitaciones de Dana Carvey, la reimaginación de la familia nuclear americana cortesía de The Simpsons y una época de oro en los talk shows de David Letterman y Jay Leno. Ahí ni siquiera se tuvo que mirar al presidente para obtener inspiración, pues su vicepresidente Dan Quayle se encargaba de proveer las risas fáciles.

De igual forma, negar que la explosión de la comedia en EEUU en los años ochenta debió mucho de su éxito a la administración Reagan sería disputar lo contundente. Esa década vio al standup escapar de los confines de pequeños clubes para llenar estadios, las voces de las minorías adquirieron poder gracias a Richard Pryor y Eddie Murphy, y el exceso de una economía de consumo explícito tuvo que enfrentarse a la realidad de que América era más que la armonía pregonada por la familia Cosby. Bill Cosby… ¿qué fue de él, a todo esto?

Podríamos seguir viajando en el tiempo para asociar el brillante surgimiento y la subsecuente crisis creativa de Saturday Night Live en los mandatos de Gerald Ford y Jimmy Carter, o para admirar a grupos de comedia como National Lampoon y The Groundlings estallando en creatividad frente al abismo de carisma que era Richard Nixon. Probablemente seríamos capaces de seguir el estudio de los grandes momentos en el humor nacional si nos remontamos a la Gran Depresión y a los tiempos de Mark Twain, con la política como materia prima.

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Así que, de alguna forma, ya sabemos que esperar en lo que a reír se refiere en los próximos años. La risa es un buen antídoto contra los malos ratos, así que al mal tiempo buena cara. ¡Ah, y pensar que en algún momento nos preguntábamos si por estas fechas veríamos de nuevo a Tina Fey grabando un sketch como “la presidente Sarah Palin”!

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