“I said a hip hop,
The hippie, the hippie,
To the hip, hip hop, and you don’t stop, a rock it
To the bang bang boogie, say, up jump the boogie,
To the rhythm of the boogie, the beat”
Así comienza ‘Rapper’s Delight’ de The Sugarhill Gang, un tema que, para efectos prácticos, se considera como el primer sencillo que constató la presencia de la música Hip Hop en el panorama cultural de los Estados Unidos.
Leer la sencillez de esas líneas es un poderoso contraste con el anuncio de la inclusión de Jay Z entre los nominados para ingresar al Salón de la Fama de los Compositores como parte de la Clase del 2017, lo que lo convierte en el primer artista de rap en ser considerado para tal honor. Sin hacer menos a ‘Rapper’s Delight’, es satisfactorio el analizar la evolución y maduración de todo un género que ha luchado por un lugar legítimo en el ámbito de la cultura.
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Pero la nominación de Jay Z debe tomarse como algo más que un simple gesto de buena voluntad. Después de todo, la cultura Hip Hop ha permeado el gusto popular y se ha afianzado como un exponente vibrante e inclusivo, aún en el presente clima de intolerancia y tensión hacia las minorías. Es justo decir que su naturaleza combativa y contestataria responde tajantemente a quienes han procurado encasillarle en el marco del ghetto y la marginación.
No se puede eclipsar la presencia de una serie de TV como ‘Empire’ de la cadena FOX, narrando la historia de un magnate productor (muy al estilo de Jay Z) y las implicaciones que tiene el ámbito de este género musical en cuestiones como la discriminación, la homosexualidad y la apropiación cultural. Sus protagonistas Terrence Howard y Taraji P. Henson ya habían irrumpido en la consciencia artística desde el 2005 con el filme ‘Hustle & Flow’, que también hizo historia cuando uno de sus temas ‘It’s Hard Out Here for a Pimp’ (creación de Three 6 Mafia), ganó como Mejor Canción Original, un hecho inusitado para el Hip Hop.
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Apenas el año pasado el impacto de otra película, ‘Straight Outta Compton’ del director F. Gary Gray, se convirtió en tema de discusión recurrente al traer un biopic sobre la seminal agrupación N.W.A. a la atención de una audiencia renuente a aceptar el Gangsta Rap como una manifestación artística válida. Usar el vehículo de la narrativa cinematográfica para entender las raíces de la música en sí resultó una efectiva fórmula para derribar las barreras del rechazo categórico, y pese a que la obra no logró un impacto en los premios mainstream de la industria, su trascendencia con la audiencia fue invaluable.
Volviendo a la distinción para Jay Z, es claro que su considerable talento como artista y productor debe estimarse en función de su valía en la composición. Si bien los conocedores del género pueden debatir eternamente sobre quién es la personalidad más influyente en la historia del Hip Hop, no se puede negar que el hombre bautizado como Shawn Corey Carter merece mucho más atención que ser “el esposo de Beyoncé”.
Jay Z proviene de una estirpe musical forjada en torno a un contexto social definido. Es un artista que aprendió la dura naturaleza competitiva de la industria a través de la necesidad, con la anecdótica práctica de vender sus propios discos “hechos en casa” que es común a múltiples disciplinas. Aprendió a formar un estilo propio sin perder jamás de vista sus influencias clave: el impacto de la música Soul y los elocuentes tapices musicales del sonido Motown. Todo ello se mezcló con la ruda madurez de su juventud en las calles de New Jersey para concretar una propuesta única, que hoy recibe un merecido homenaje. Francamente, quienes se cansen de pregonar en contra de él y su arte son equiparables a todos los que se desgarran las vestiduras por considerar la poesía de un Bob Dylan como indigna del Premio Nobel.
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El festejar la legitimidad del Hip Hop en el panorama cultural del mundo es, de cierta forma, el coronar el mérito del esfuerzo. Cuando un país entero se consterna ante la realidad de que pertenecer a un grupo étnico específico resulta un riesgo mortal al ser detenido por un policía, cuando la retórica de una campaña política gira en torno a lo que una minoría representa en el contexto social, cuando un estándar estético es desafiado en los medios masivos con una incursión subversiva… La sociedad entera debe prestar atención a las voces que expresan la incongruencia.
Quizá ese sea el mayor atractivo del Hip Hop: reiterar que la música de protesta sigue viva, sin importar el género musical en sí. Alguna vez las denuncias eran melodías simples interpretadas con una guitarra en algún café de intelectuales. Hoy el discurso de ha democratizado, partiendo del freestyle en la concurrida esquina de un barrio y trascendiendo hasta las mansiones millonarias de South Beach y Beverly Hills. Y es que hay que decir que detrás de la combatividad de las letras, de la autoparodiable imagen de joyas escandalosas y vehículos de lujo, de la presunción descarada de la riqueza y la “credibilidad callejera”, se encierra una forma de expresión que narra una porción relevante de la historia de todo un país. Eso no debe desdeñarse, sino más bien celebrarse.
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