Internet mató al crítico de cine
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“¿Para qué la veo? ¡Tiene menos del 30% en Rotten Tomatoes!”

El anterior fue el argumento de un amigo para no ver, bajo ningún motivo, una reciente película de estreno. El título de la misma no tiene mucho caso (de acuerdo, era Batman v Superman: Dawn of Justice), pero su forma de pensar me desconcertó un poco. Es cierto, una mayoría de calificaciones negativas es una alerta por demás válida antes de consumir algún producto mediático, pero lo pasmoso fue la confianza ciega que mi amigo puso en ese porcentaje lapidario y condenador.

¿Qué significan, a final de cuentas, esas cifras? No importa si se trata de Rotten Tomatoes o Metacritic, estos servicios básicamente contabilizan reseñas positivas y negativas para generar una “calificación global”. Muy válido y útil en cierto sentido, pero cuestionable en aspectos de evaluar genuinamente un producto. Veamos: los análisis de las críticas a veces gozan de sistemas de puntuación que los mismos críticos manejan en sus respectivos medios: escalas de “estrellas”, pulgares arriba o abajo, calificaciones expresadas con letras o con números… y algunos simplemente expresan puntos de vista, pero determinar si están en pro o en contra de un producto en particular a menudo requiere de lectura y análisis.

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¡Ah, pero hay más complicaciones! ¿Qué hay de las reseñas que no se pronuncian abiertamente por uno de los dos grandes estándares que entendemos coloquialmente como “bueno” o “malo”? No existe una delgada línea divisoria que podamos identificar cómodamente, pues ciertos títulos son más complejos que una simple aprobación o reprobación de parte de quien les evalúa. Y finalmente una calificación cercana al 50%, que el común de las personas entiende como “mala”, puede interpretarse también como “el hecho de que te guste o no depende de qué clase de público seas”.

El difunto crítico Roger Ebert creía, por ejemplo, que era injusto calificar una película bajo estándares distintos a los que la cinta se había planteado perseguir en un principio. Así pues, no comparaba la calidad de un filme de superhéroes con la de un drama de época o una obra de terror, sino que limitaba su apreciación comparativa a otras producciones dentro del mismo género. Muy justo de su parte, ¿cierto? Otro aspecto que le distinguió entre los críticos fue su entusiasmo por ver que la crítica cinematográfica se expandiera con las opiniones y apreciaciones de los medios digitales: Internet como el gran democratizador de la crítica.

Y aún así, sospecho que Ebert no se sentiría muy contento con la realidad de esta última cuestión. Este es el problema: es claro que todos tenemos derecho a opinar. Pero siendo honestos, dichas opiniones deberían ser, al menos, informadas. Y lo cierto es que vivimos en un mundo donde la mayoría de esos “críticos” que brotan epidémicamente por todos los rincones de las redes suelen estar aún peor informados que los críticos especializados a quienes se ataca por mera inercia.

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Sé bien lo anterior pues uno de los ámbitos profesionales en los que me desempeño es justamente el de la crítica cinematográfica. Llevo un par de años haciéndolo de manera regular, pero es algo que he abordado intermitentemente desde hace más de dos décadas, y una de mis especializaciones universitarias fue en crítica de arte y espectáculos.

Estas credenciales no es que sirvan de gran cosa, pero al menos me brindan un módico aporte de credibilidad pues desconfío profundamente de quienes se erigen como “críticos” bajo el único e insostenible argumento de que “les gusta mucho el cine”. ¿Eso qué? A mí se me hacen interesantísimas las operaciones a corazón abierto y he leído mucho sobre el tema, pero jamás se me ocurriría ponerme a evaluar la labor de un cirujano cardiovascular basándome en mi entusiasmo.

Así pues, el primer problema es que más allá de los críticos profesionales (cuyas credenciales pueden o no ser legítimas), añadimos a la fórmula evaluadora un alud de autores de blogs, cinéfilos amateurs y pasantes de comunicación que, de pronto, cubriendo algunos requisitos no precisamente estrictos, diluyen el pool de talento crítico. No, eso no significa que no haya talento real en el grupo antes mencionado. De hecho muchos de los mejores críticos que he conocido recientemente han surgido de internet y el new media. El problema es que por cada crítico legítimo hay cincuenta resentidos sociales que son incapaces de articular por qué una película es buena o es mala.

Lo que me lleva a hablar del maniqueísmo del criterio de apreciación son las críticas de cine en línea que semejan las reseñas de restaurantes en Yelp: o tienes cinco estrellas y quien lo niegue es un absoluto imbécil… o mereces cero estrellas, además de un agujero negro que debería succionar todo lo que tu producto implica para desaparecer hacia otra dimensión. Se ha perdido la mesura, la objetividad, y sobre todo esa justicia que Ebert pregonaba. Tenemos críticos simplistas que no dejan de comparar todos los filmes contra el que es su favorito personal. Tenemos críticos pretenciosos que descartan todo lo que no suene a cine de arte. Tenemos críticos protagonistas que de alguna manera quieren insertarse a sí mismos dentro de la experiencia fílmica misma, y pueden dar una mala calificación a una película por el simple hecho de no haber sido admitidos a su estreno. Y así se suman más y más dudosas opiniones, recomendaciones emitidas sobre plataformas precarias, visiones obtusas de algo que debería requerir un poco más de compromiso ético.

Me sorprendió toparme el otro día con un artículo en línea que clamaba analizar “10 cosas que Suicide Squad ya hizo mal a juzgar por el tráiler”. ¿En serio? Hemos llegado al ridículo punto en el que creemos tener la autoridad para determinar calidad artística sin apreciar la totalidad de la pieza. Equivale a acercarnos a ver muy de cerca un cuadro de Monet y no apreciar más que manchas de color, en lugar de darle el espacio justo para comunicarnos una visión, un panorama, una historia. ¡Ah, pero que no quede duda de que vamos a despedazar a Monet porque sus manchas de color son de lo más mediocres!

Es fácil desesperarse un poco al leer cosas así, pero al final de cuentas queda la opción de respirar profundo, dejar pasar la tentación de hacer clic en esas apreciaciones limitadas, y pensar “es sólo una opinión más”. No sé, te extraño, Ebert. Seguiré compartiendo la ingenua creencia de que para evaluar las películas no solo hace falta verlas… sino también entender por qué alguien decidió filmarlas.

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