Ryan Lochte
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Los primeros amores se recuerdan por siempre… al igual que las primeras decepciones. Una de las mías ocurrió en 1988, siendo un adolescente. Desperté casi de madrugada para ver los Juegos Olímpicos de Seúl antes de ir a clase, pues la final de 100 metros planos prometía ser uno de los eventos más espectaculares de la gesta.

Y la prueba no decepcionó. Recuerdo vívidamente la emoción de ver a Ben Johnson cruzando la meta en 9.79 segundos, rompiendo su propio récord mundial e imponiéndose sobre su eterno rival, el estadounidense Carl Lewis. Mi admiración por ese velocista canadiense, quien había triunfado categóricamente en el escenario más grande, no tenía paralelo en ese entonces.

Tres días después la farsa quedó al descubierto: Johnson dio positivo en la prueba antidopaje, que en un principio protestó con vehemencia. Al paso del tiempo tuvo que retractarse y admitir que, en efecto, había hecho trampa. Así se escriben las desilusiones, con disculpas a destiempo y miradas hacia el piso.

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Los JJOO de Río de Janeiro 2016 no han sido un camino fácil. Han estado embarrados por escándalos políticos, disturbios sociales, exclusiones de atletas rusos por el aún no erradicado dopaje, albercas cuyas aguas se tiñen de verde, robos a periodistas y deportistas, el espectro del Zika y otras enfermedades contagiosas… Si un día el Cristo de Corcovado amanece tapándose los ojos, no debería extrañarnos.

Y sin embargo también hay una cara opuesta de la moneda: la brillantez de Simone Biles, Mo Farah tropezando en los 10,000 metros y reponiéndose para llevarse el oro, Shaunae Miller lanzándose dramáticamente para cruzar la meta en primer lugar, Usain Bolt volando mientras los demás corrían, Del Potro logrando la hazaña de derrotar a Djokovic… y por supuesto, Michael Phelps tomando las riendas de un deporte como nadie en la historia de los Olímpicos.

La historia de Phelps nos brinda todo: triunfo, dominio, distanciamiento, derrumbe, recuperación, redención. Hace unos años se daba por sentado que su afecto por el alcohol y la droga habían terminado con su carrera. Hoy su historia es una inspiradora película en espera de ser filmada. La natación nos hizo experimentar una vez más la gloria.

Y también la decepción, claro. No a manos de Phelps, pero sí de su compañero de equipo, Ryan Lochte, quien ha sido 12 veces medallista olímpico. Tras conquistar una presea dorada más en una prueba por equipos, decidió irse de fiesta con tres de sus camaradas atletas. Nada malo en ello. Lo malo fue urdir una historia acerca de ser víctimas de un robo a mano armada, para después huir del país de la forma más cobarde.

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Lochte cumplió a carta cabal con el estereotipo del Ugly American cuando se reveló que no fue víctima de un crimen, sino que fue sorprendido junto a sus compañeros en un acto de vandalismo al detenerse a usar los sanitarios de una gasolinera. Su reacción inmediata fue mentir con descaro, evadir responsabilidades y, días más tarde, comunicar una lamentable disculpa que suena más vacía que auténtica.

Nadie jamás acusará a Ryan de poseer un intelecto privilegiado. No soy cruel, escuchen una de sus entrevistas o busquen videos del infame reality show que hizo en 2013 para E!, verán que no estoy exagerando. Pero aquí lo que se discute no es su inteligencia, sino su sentido común. Y actitudes como la suya jamás deben disculparse con argumentos respecto a que “había festejado de más”. Lochte es un hombre de 32 años, no un adolescente que tomó algunas malas decisiones después de hacerse furtivamente con un six-pack de cervezas.

Lo malo de todo esto es que ejemplifica ese miedo que muchos sentimos actualmente al encontrar ídolos deportivos. Toda la inspiración que nos generó Oscar Pistorius sobre las pistas de atletismo quedó borrada con los balazos que le costaron la vida a su novia. Marion Jones era la atleta más cool del mundo, cobijada por un aparato mercadotécnico impresionante y una carrera llena de mentiras que le hicieron caer en la cárcel. Lance Armstrong nos hizo creer lo imposible en Sydney 2000 y en siete ediciones del Tour de France, para después derribar todo su imperio en un abrir y cerrar de ojos.

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No debe ser fácil competir al más alto nivel. Las presiones debe ser inconcebibles. Pero también cuesta trabajo emocionarse por muchas de estas proezas atléticas cuando no sabemos si resistirán ante el escrutinio de los estatutos y las normas. Es doloroso, pero cada vez es más fácil aproximarse a estos Juegos Olímpicos con una sonrisa cínica que espera lo peor, en lugar de recibirlos con anticipación y esperanza.

Lochte dice que él ha aprendido su lección y que desea seguir representando a su país en el futuro. Sería genial que su arrepentimiento fuera genuino y que nos deparara otra historia de redención, a lo Michael Phelps. Claro, mientras no descubramos en unos días, meses o años que Phelps también tenía algo que ocultarnos. Espero que no, pues todavía recuerdo el rostro de Ben Johnson al devolver su medalla. Debe ser algo difícil de superar.

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