Apelando al refrán, me parece que todos podemos convenir en el hecho de que la ira es mala consejera. Difícil rebatir el punto, pues más de uno de nosotros ha tomado una decisión equivocada estando bajo la influencia de un enojo superlativo. Claro, por fortuna nuestro ingreso a la cofradía de los malos humores no suele ir más lejos de que alguien pregunte por qué la cara de pocos amigos.
Sin embargo, hay de iras a iras. Porque cuando un famoso monta en cólera, el precio a pagar suele ser muy elevado. Y por cada Charlie Sheen que acaba por reinventarse y renacer en nuevos proyectos, como cuando el polémico actor fue eliminado del elenco de Two and a Half Men, también existen docenas de personalidades que son etiquetadas como “difíciles” o “riesgosas” y se las ven negras para seguir en el ambiente.
El caso más reciente es el de Thomas Gibson, quien hasta hace poco interpretara al rudo agente Aaron Hotchner en el drama policiaco Criminal Minds de ABC. El motivo de la salida de Gibson de la serie fue un comportamiento cada vez más hostil hacia miembros del elenco y la producción, que culminó con una agresión física hacia uno de los guionistas. La cadena televisiva no tuvo más remedio que despedir al actor y encomendar a los productores que eliminasen al personaje de la historia.
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¿Qué posee a una de estas celebridades cuando echan por la borda años de cimentar su imagen en la pantalla? Es difícil decirlo. En el caso de Gibson, explicó su estallido diciendo que lleva dos años en el proceso de un complicado divorcio, pero es un hecho que estas explicaciones no resuenan mucho con el aficionado televisivo promedio. Y es que es difícil despertar muchas simpatías cuando se es un millonario con trabajo fijo y reconocimiento internacional.
Así es: aún en los años en los que el descontrolado Sheen gritaba a los cuatro vientos su “triunfadora” existencia, había un sentir generalizado que se hartó rápidamente de su nuevo acto, forzándole a adoptar la desigual comedia Anger Management como premio de consolación… y como medio para seguir “a la vista de la industria”.
El caso es mucho más grave para las mujeres. Shannen Doherty logró la dudosa hazaña de ser despedida de dos series de TV donde ella ocupaba un vital privilegio. Tanto Beverly Hills 90210 como Charmed se las arreglaron para proseguir con sus respectivos proyectos, probando una vez más que en Hollywood los conceptos suelen tener jerarquía por encima de los actores, pero la desafortunada Shannen sigue viviendo con una fama de “insoportable” que no es capaz de superar.
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No sólo le sucede a actores y actrices. ¿Se acuerdan del escándalo del presentador y periodista Jeremy Clarkson en Top Gear? Su caso es prácticamente idéntico al de Gibson, pero a reserva de ver lo que hace el inglés con su nuevo proyecto para Amazon (The Grand Tour), es claro que será él quien ría al último tras el lamentable desempeño de Top Gear para la BBC con talento nuevo. Y pensar que todo este lío comenzó con un plato de comida fría al final de un día muy difícil.
Una teoría personal en torno a los famosos que pierden la cabeza y se hacen despedir es que simplemente llegan a sentirse esclavizados por sus proyectos, sin importar qué tan exitosos sean los mismos. En resumen: terminan por sabotear aquello que les da una estabilidad, un reconocimiento y un modus vivendi, todo en aras de seguir siendo noticia y de recuperar la relevancia que sólo la rebelión abierta llega a ofrecerles.
Otra teoría, mucho más sensata y mucho menos estúpida que la previa, afirma por su parte que los famosos son, ante todo, humanos. Sus errores son amplificados y se sujetan a un escrutinio público que a nosotros nos resulta impensable, y cuando tienen un mal día en el trabajo terminan perdiendo contratos millonarios y apareciendo en los titulares de los noticieros.
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Así que alegrémonos: el perder los estribos y, consecuentemente, el trabajo, no es una moda creciente entre celebridades malcriadas. Tampoco es una preocupante tendencia. Es sólo algo que ocurre en un ámbito donde se vive con una lente de aumento por encima de los hombros. Y un mal día se puede convertir en pesadilla laboral que acapara los titulares mundiales. Hey, con tanta presión yo ya hubiera pateado más de una espinilla o abofeteado a un inocente, ¿saben?
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