The Grand Tour
The Grand Tour / Facebook

Al inicio del programa vemos a la figura familiar de un presentador tomando un vuelo en la lluviosa Londres. Aterriza en América, donde aborda un magnífico auto deportivo. Una espectacular versión de “I Can See Clearly Now” con Hothouse Flowers suena a todo volumen. Es alcanzado en la carretera por los no menos familiares rostros de sus dos compañeros televisivos.

El trío sale de la carretera y conduce por el lecho de un lago salado donde encuentran una comitiva de más de 50 vehículos de toda clase: hay autos clásicos y deportivos de lujo. Coches de carrera e imponentes todo-terreno. Motocicletas y convertibles. A medida que la canción alcanza el clímax vemos cómo llegan a un inmenso festejo al rayo del sol, que parecen combinar el festival Burning Man con una película de Mad Max.

Y pensar que todo esto comenzó con un puñetazo y una charola de carnes frías.

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The Grand Tour debutó el viernes pasado y puso otra piedra en la lápida de Top Gear para la BBC. El triunvirato formado por Jeremy Clarkson (quien protagonizó el incidente mencionado en el párrafo anterior, motivando su salida del aire), Richard Hammond y James May demostró estar en plena forma al promover su nuevo programa para Amazon Prime. La respuesta por parte del público y la crítica ha sido, por decirlo moderadamente, formidable.

Es una buena noticia para Amazon, quienes invirtieron un estimado de $200 millones de dólares americanos en la primer temporada de este experimento que, por otro lado, tuvo que hacer ajustes muy leves a su fórmula original para lograr el impacto deseado. Top Gear se quedó con el nombre y algunos segmentos, pero es obvio que el talento y el carisma se fueron junto con Clarkson, Hammond y May, quienes cultivaron una familiaridad con el público global durante más de 20 temporadas.

El debut del programa no pasó desapercibido por los medios, que ya se habían regocijado destrozando el atolondrado intento de la BBC por mantener viva la llama de su emblemático show. La reciente versión conducida por el DJ radiofónico Chris Evans (no confundir con el homónimo que interpreta a Captain America, por piedad) y por el actor Matt LeBlanc fue un fiasco total, y terminó la temporada con cifras de audiencia totalmente risibles. La crítica no se tentó el corazón para destrozarlos, con justa razón. LeBlanc fue lo más rescatable de una emisión que se sentía como una mala copia de principio a fin, y los destemplados gritos de Evans para generar una entusiasmo fingido en las grabaciones se volvieron intolerables en muy poco tiempo.

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Por su parte, The Grand Tour no cambió grandes cosas, en afán de conservar la fórmula ganadora. Ahora cuentan con una pista de pruebas cuyo trazo está inspirado en la forma del virus del Ébola, así que sabemos que el humor negro sigue ahí. En vez del enorme hangar donde llevaban a cabo las secuencias con público en vivo, las grabaciones se realizan dentro de una monumental carpa móvil equipada con inmensas pantallas a manera de ventanas, reflejando el entorno del lugar donde se realizan las producciones itinerantes. Y pese a que el popular y misterioso conductor de pruebas conocido como ‘The Stig’ se quedó en la BBC, este programa replicó con un ex conductor de NASCAR gordinflón y políticamente incorrecto apodado ‘The American’, quien se la pasa tachando de “comunistas” a los autos fabricados en países que no sean los Estados Unidos.

Amazon no ha mostrado cifras de audiencia para su nueva “joya de la corona”, en una curiosa estrategia que deja en el aire la respuesta a la pregunta acerca de la validez de su inversión. Este nuevo programa se siente como algo más allá de lo televisivo: los encuadres y el manejo de cámaras, los destinos exóticos, los superautos y las explosiones innecesarias remiten más al cine de acción de Hollywood que a la adusta tradición de los medios británicos. Y el presupuesto ciertamente refleja la aproximación a convertir el programa en un acontecimiento grandioso, exagerado e irreverente.

Pero a final de cuentas lo interesante de The Grand Tour es la transición final de un producto icónico en la TV global hacia las plataformas digitales. Clarkson mismo menciona, después de un comentario humorosamente inapropiado, que ahora no tiene miedo a que lo despidan pues “estamos en internet”, un medio que se está convirtiendo en el equivalente de un crimen en alta mar: si ocurre fuera de “aguas territoriales”, ¿es realmente un ilícito? Por lo pronto vale la pena ver qué tan lejos pueden llegar estos impropios ingleses con sus autos millonarios y sus lujosas locaciones. Y por cierto, BBC: ¿qué tan arrepentidos se sienten de dejarlos partir?

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