De acuerdo, el trono de hierro forjado con espadas de los enemigos caídos es el objeto metálico más codiciado en la saga de Game of Thrones. Sin embargo, los dorados trofeos del Emmy no le van muy atrás.
Tras el anuncio de que la serie de HBO encabezaba una vez más las nominaciones a los premios más preciados de la televisión, con 23 consideraciones en diversas categorías, hay una verdad muy clara: Este fenómeno global tiene el potencial de reinar categóricamente entre todos los oponentes durante la era más competitiva del medio.
Hablar del concepto “Peak TV” –un período que abarca los últimos dos años aproximadamente, y que designa una abundancia abrumadora de series televisivas con calidad superlativa– obliga de alguna forma a buscar a un representante como ejemplo emblemático, y es difícil argumentar que Game of Thrones no sea justo esa serie, a juzgar por sus parcialidades distintivas. ¿Popularidad? El reciente final de temporada promedió una audiencia de casi 9 millones de personas, rompiendo toda clase de récords para la TV de paga. ¿Valores de producción? A la altura de las producciones fílmicas más ambiciosas, con múltiples locaciones alrededor del mundo, carísimos efectos visuales y un elenco actoral de primer orden. ¿Impacto en la cultura popular? Hay personas en el mundo bautizando a sus hijas como “Khaleesi” y “Arya”, así que no hay que decir mucho más.
Pero el aspecto más interesante en torno a este fenómeno mediático justo llega de la mano de sus recientes nominaciones al premio Emmy. Tan sólo obtuvieron una nominación menos que el año anterior, pero es claro que el impacto con la crítica no se diluye al paso de nuevas temporadas, y esto habla de una calidad sostenida que suele distinguir a las producciones legendarias. El hecho de que el número de personas que ejercen su voto para nominarle en diversas categorías no disminuya también sugiere una mentalidad receptiva a dramas de la pantalla que ahondan en terrenos de la fantasía. Hubo una época en la que, para ser digna del Emmy, una serie tenía que desarrollarse en un hospital, una corte o un precinto policial. Trasladar esto a la ficticia tierra de Westeros habla de una apertura palpable hacia temas más ambiciosos y ambientes más variados.
Otro caso interesante es que el tópico de la diversidad racial en el elenco no ha afectado a Game of Thrones en la misma medida que a otras producciones. Para ser una serie que abunda en roles interpretados por gente blanca con tipo europeo, sin papeles significativos para ciertas minorías raciales, no escuchamos las quejas habituales sobre este tema que pesan tanto sobre la industria del entretenimiento en fechas recientes. ¿O has escuchado muchas voces quejándose por la ausencia de afroamericanos, latinoamericanos o asiáticos en la historia? Yo tampoco.
A lo mejor mucha de la buena voluntad en torno al programa es que, por otra parte, ha hecho grandes méritos para ubicar a las mujeres como auténticas heroínas que gozan de posiciones de poder y avanzan la trama de manera inteligente, en vez de tener la clásica presencia de “atractivo visual”. Si bien la serie se caracterizó desde un principio por sus gráficas escenas de sexo, las mismas no se tradujeron en incitadoras al morbo, sino en oportunidades para empoderar a sus protagonistas. El resultado es que tres de sus actrices más determinantes de la última temporada (Lena Heady, Emilia Clarke y Maisie Williams) competirán por el Emmy a Mejor actriz de reparto en una serie dramática.
Otro detalle de interés es que Game of Thrones vincula perfectamente a dos clases de audiencia. Por un lado está el público moderno que consume la serie en versiones digitales, llegando a colapsar la plataforma en línea HBO NOW durante el espectacular episodio “Battle of the Bastards”, en base a simples números. Pero por el otro lado hay que admitir que es prácticamente un último vestigio de la época en el que las personas se reunían frente a la pantalla para consumir un programa de televisión, haciendo de sus finales de temporada un auténtico evento de naturaleza comunal. Este programa no depende del binge watching para generar audiencia, sino que todavía congrega a sus fans en lugares y horarios determinados para su apreciación. Y no faltan quienes lo hacen ataviados temáticamente como sus personajes favoritos, o aquellos que combinan la experiencia con menús inspirados en la obra del autor George R.R. Martin, por ejemplo. Digamos que aún en los buenos tiempos de Grey’s Anatomy no veías a muchas personas vestidas como doctores reunidas en un bar para ver el final de temporada.
La conclusión de Game of Thrones ya se atisba en el horizonte, pues HBO espera contar con un par de años más para relatar los sucesos que pondrán fin a la trama. Es difícil estimar qué tanto impacto tendrán esas futuras temporadas en materia de premios y reconocimientos, o si surgirá alguna otra serie inspirada en algún fenómeno popular de impacto global para hacerle competencia antes de que termine (seguro algún ejecutivo estúpido ya está sembrando la idea de Pokémon Go: El Drama). Pero si crees que existe hoy por hoy un contendiente serio para disputarle la corona como la serie más relevante de su época, sólo puedo responderte con una frase derivada de esta historia: “No sabes nada, Jon Snow”.
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