Grandiosos y nobles fracasos del cine,
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¿Qué es más admirable: tener una carrera llena de pequeños riesgos calculados, cuyas fallas pueden ocultarse rápidamente bajo la alfombra, o apostar por grandes y ambiciosas ideas que tienen el potencial de convertirse en colosales fracasos?

Artísticamente hablando hay que reconocer que se debe optar por la segunda opción. Bueno, si es que el legado artístico llega a interesarte en algo. El problema es que hay ocasiones en que esas monumentales debacles se convierten en motivo de vergüenza para sus creadores por el simple hecho de no haber generado ganancias millonarias. Es como si la única forma de validar el mérito artístico fuera a través del dinero, algo que resulta risible cada vez que repetimos ese cliché que reza “los cuadros de Van Gogh se venden por decenas de millones de dólares, pero él murió en la pobreza”.

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¿Cuáles son esos grandes y nobles fracasos? Quizá es cuestión de dividirlos por categorías y por disciplinas. El cine tuvo durante décadas su ejemplo más claro en Heaven’s Gate (1980) del recién fallecido director Michael Cimino: una epopeya del oeste americano que fue en su momento la película con el rodaje más caro de la historia, pero cuya pobre taquilla motivó el cierre de los estudios United Artists.

Sin embargo, al paso del tiempo, podemos evaluar la obra por lo que es y descubrimos una película larga (hey, ¿qué parte de “epopeya del oeste americano” te sonó a película breve?) pero con una hechura de detalles minuciosos, ambientes indescriptiblemente bellos y una sensación constante de desesperanza y tragedia en ciernes. En resumen: algo mucho más conmovedor y meritorio que lo que reflejó el balance financiero. Hoy en día el filme es visto bajo otra óptica, una en la que tanto la crítica como el público le consideran una obra maestra que simplemente no fue apreciada en su justa medida.

Está el caso de los proyectos que fracasan por adelantarse a su época. ¿Te interesaría una serie de TV que muestra a un frío y despiadado manipulador con oscuros secretos en su pasado, que se las arregla para ascender en los círculos de poder con maquinaciones crueles y cuyo protagonista rompe la “cuarta pared” para hablar directamente con el público sobre sus motivaciones? Claro que sí, estoy describiendo House of Cards, el gran éxito de Netflix. Pero también describo Profit, producida por Fox en 1996, protagonizada por Adrian Pasdar y cancelada después de 8 capítulos, pese a que en la actualidad se le estima como un producto revolucionario que sentó las bases de muchas producciones actuales.

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El ejemplo se extiende al mundo de la música. Álbumes como Pet Sounds de los Beach Boys o el primer LP de The Stooges son considerados clásicos contemporáneos, aunque en su momento fueron destrozados por la crítica o ignorados por los fans. ¿Y la espectacular gira Glass Spider de David Bowie en 1987? Fue vista como una extravagancia con un presupuesto fuera de control que dejó al artista exhausto y desilusionado, aunque el tiempo le dio la razón cuando otros actos comenzaron a imitar su visión de grandeza.

Podemos encontrar ejemplos similares en tiempos recientes. Chris Evans es un gran superhéroe de Marvel interpretando a Captain America, y se le recuerda como un buen Johnny Storm en dos mediocres filmes de Fantastic Four (2005 y 2007). Pero también fue parte de un ensamble de héroes en The Losers (2010), una entretenida cinta basada en un oscuro cómic del mismo nombre que posee una historia ágil, personajes interesantes (Zoe Saldaña y Jeffrey Dean Morgan, entre otros), secuencias de acción bien estructuradas, diálogos memorables y un excelente villano en Jason Patric. La taquilla no le fue favorable, y el potencial de una saga se perdió irremediablemente.

Titan A.E. (2000) es un equivalente similar en el género de animación. La película dirigida y producida por Don Bluth es una genial fantasía de ciencia ficción cuya mitología pudo haber sustentado toda una franquicia, pero una combinación de factores adversos culminó en una pérdida de más de 100 millones de dólares para 20th Century Fox.

Hay algo de consuelo en escapar de la apariencia del fracaso económico al erigirse como una obra “de culto”. Es por ello que la percepción generalizada es que Fight Club (1999) o Scott Pilgrim vs The World (2010) fueron exitosas, aunque las cifras de butacas ocupadas a su paso por las salas de cine sugieren justo lo contrario.

Pero permanecer en la memoria colectiva como un producto cuya calidad se hace evidente en formatos caseros, repeticiones en canales de cable o bases de fans comprometidos con la nostalgia puede ser una meta sensata. Series como Firefly (2002) de Josh Whedon, Freaks and Geeks (1999) de Paul Feig o My So-Called Life (1994) pueden haber durado una sola temporada, pero son reverenciadas a través del público fiel que lograron conquistar, o del éxito subsecuente de sus protagonistas en otros proyectos: Seth Rogen, Claire Danes, Jared Leto, Linda Cardellini o Nathan Fillion son nombres familiares gracias a sus brillantes interpretaciones en proyectos de carácter fugaz.

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Así que la próxima vez que te topes en tu pantalla con una repetición de The 13th Warrior, que Netflix te recomiende Tomorrowland o que encuentres un box-set de Rubicon en DVD en el estante de las rebajas, ignora por un momento su naturaleza efímera como generadores de ingresos y anímate a experimentarlos. Ninguno de estos productos son perfectos, pero todos cuentan con algo que se puede estimar mucho más que unas infladas taquillas mundiales o unos ratings históricos: Son historias únicas, que pudieron contar con mejor suerte si tan solo un par de factores se hubieran alineado en su favor. No puedes negar que merecen una segunda oportunidad, ¿cierto?

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