La señal que no se extingue

Hasta el momento de escribir estas líneas, nadie ha revelado ser la fuente del célebre video en el que Donald Trump se vanagloria de cometer actos clasificables como acoso sexual ante el presentador de Access Hollywood Billy Bush. Los micrófonos estaban abiertos durante la grabación de un segmento que no estaba destinado a salir al aire, pero ese punto no tiene relevancia: los hechos captados por el audio y las cámaras salieron eventualmente al aire.

¿Las consecuencias? Un golpe más a la credibilidad de carácter para un candidato presidencial, la salida de Bush de la cadena NBC y una sensación de incertidumbre en el ambiente. Y es que vivimos oficialmente la Era del Rastro Mediático Ineludible.

Seguramente no habías escuchado ese término (lo acabo de idear, después de todo), pero no se me ocurrió otra forma de llamar al extraño fenómeno en el que no basta tener un presente irreprochable, pues si en algún momento hicimos, mencionamos o escribimos algo que pueda usarse en nuestra contra al estar en presencia o uso de un medio, es prácticamente un hecho que habrá oportunidad de usarlo en nuestra contra. Y hay más ejemplos…

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Hace aproximadamente un mes Saturday Night Live reveló la histórica contratación de Melissa Villaseñor como la primer latina como parte de su elenco. En cuarenta años al aire el popular programa de comedia podía presumir de un decisivo movimiento en pro de la diversidad, un hecho apreciable en la actualidad. ¡Ah, pero no todo fue felicidad tras el anuncio! Varios medios reportaron que Villaseñor había borrado sospechosamente una cantidad considerable de entradas en su cuenta de Twitter poco antes del anuncio.

La cuestión es que lo que se borra en las redes sociales no necesariamente desaparece del todo. Múltiples capturas de pantalla y archivos digitales mostraron que Melissa había intentado eliminar algunos comentarios francamente racistas, quizá previendo el daño que podría sufrir su imagen en un momento de auténtico triunfo profesional. El revuelo en torno al caso se ha mitigado considerablemente, tal vez debido a que el proceso electoral de EEUU genera de forma espontánea docenas de notas más graves y de mayor impacto que los chistes de una joven comediante, pero el hecho es innegable: todo puede regresar, tarde o temprano.

Decir lo anterior no es tan grave si hablamos del regreso de una moda o un artista. Pero pensemos en todos los momentos de malas decisiones que quedan plasmados para la posteridad en la era digital, con su fascinación enfermiza por lograr mayor acceso a la vida privada de los famosos, con su veneración por la egolatría y el interés constante por adentrarnos en la vulneración de las celebridades ante el ojo público.

Blake Shelton fue criticado recientemente por entradas en Twitter que datan de 2009, donde hacía burla de homosexuales y musulmanes. Tuits de Iggy Azalea con comentarios insensibles hacia afroamericanos y gays también han resurgido, pese a que fueron escritos en el 2010. Y tras la contratación del sudafricano Trevor Noah en The Daily Show, sus chistes sobre mujeres obesas y niños judíos se difundieron casi de inmediato, en búsquedas centradas entre 2009 y 2011.

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Podría argumentarse que el juego político siempre se ha valido de exhibir pecados añejos de sus participantes como un elemento más en la estrategia de sus operadores, pero tomando el ejemplo de Billy Bush como muestra descubrimos que fue él quien llevó la peor parte de la filtración. Sondeos recientes afirman que la carrera presidencial en sí no sufrió serias variaciones después de que el sexismo de Trump salió a la luz, pues las tendencias nunca han dejado de arrojar a Hillary Clinton como eventual triunfadora en la contienda. ¿Estamos sobreestimando el impacto de ciertos escándalos en este contexto?

Volviendo a los ejemplos de Shelton, Azalea y Noah, cabe preguntarse si estas revelaciones les han afectado realmente en materia de popularidad. La respuesta es negativa: Blake sigue gozando de popularidad como juez en The Voice, Iggy continúa con su carrera musical y Trevor está firmemente posicionado como anfitrión de su programa. ¿Tiene, entonces, algún caso el prestar atención a estos hechos?

Olvidémonos por un momento de tuits y entrevistas. ¿Qué pasa con las fotos y videos íntimos? ¿Alguien puede afirmar con bases que la filtración de un sex tape o la vulneración de fotos al desnudo por parte de hackers afectaron negativamente la credibilidad o popularidad de Pamela Anderson, Kim Kardashian, Jennifer Lawrence o Scarlett Johansson? Quizá la frecuencia con que se dan estos casos ha menguado su impacto y por eso no estimamos consecuencias más allá de la vejación de la privacidad de quienes resultan afectados, pero la postura del público suele conformarse con decir: “Pues si no quieren que se revelen sus videos y fotos teniendo relaciones… dejen las cámaras fuera de la habitación”.

No hay un consejo real que se les pueda dar a los famosos sobre las formas de evitar escándalos potenciales derivados de cosas que hicieron en el pasado, a no sea la de borrar sus cuentas por completo (y no, no resulta realista ni práctico). Así que sólo puedo concluir con un consejo para quienes aún no llegan a la fama, pero planean lograrla en el futuro: repasen muy bien todo lo que han escrito, hagan memoria de todo lo que han grabado y no piensen que ese inocente arresto por conducir en estado de ebriedad se va a esfumar de su expediente. Mejor tomen medidas preventivas. Ahora me voy, tengo que borrar una serie de mails, tuits, status de Facebook, dos blogs y toda una cuenta de MySpace, por si las dudas.

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