Donald Trump
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En una imprevista y espectacular remontada de último minuto, Donald J. Trump ha sido declarado como el presidente número 45 en la historia de los Estados Unidos de América.

Gran parte de la nación sigue sin reponerse de la impresión, pues la abrumadora mayoría de las encuestas mostraban a la demócrata Hillary Clinton con una ventaja cómoda y las mayores probabilidades estadísticas de alzarse con el triunfo.

Como resultado de lo anterior, suponemos que la tasa de desempleo aumentó súbitamente pues múltiples medios de comunicación, agencias de sondeos de opinión pública y centros de estudios socioeconómicos deben haber despedido a miles de personas encargadas de hacer encuestas, ya que demostraron tener menos credibilidad que un vendedor de autos usados.

Hablando en serio, el discurso de aceptación de Donald nos dio algunos indicadores interesantes respecto a lo que podemos esperar en los próximos días de esta nueva era política, y quizá incluso en el resto de la presidencia del magnate de bienes raíces y estrella de reality shows.

Trump comenzó su arenga triunfal en un tono extrañamente sosegado, rayando en lo conciliatorio. Habló de la llamada telefónica que le acababa de hacer Hillary Clinton para concederle la victoria, pero de inmediato pidió que el público le mostrara el respeto merecido a la candidata y a su familia. Curiosamente no abordó el tema de ponerle grilletes y enviarla a prisión, una promesa dictatorial que puntualizó en el tercer debate sostenido entre ambos candidatos.

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No, el Donald que subió al podio lucía… ¿extrañado, quizá? No es ninguna exageración pensar en la posibilidad de que ni él mismo creyese lo que estaba sucediendo, particularmente después de amenazar en repetidas ocasiones con denunciar una elección “arreglada” en su contra. A lo mejor estaba dispuesto a encabezar su propia revolución, misma que resulto innecesaria una vez que se contabilizaron los votos de la jornada. Aún pienso que lo que vimos fue el “bajón” que uno experimenta cuando la adrenalina que antecede al pleito no logra liberarse.

El presidente electo prosiguió con un atípico llamado “a la unidad”, a trabajar en conjunto entre partidos políticos e incluso entre los mismos Republicanos. Y digo “atípico” pues ningún candidato en la historia había pregonado y fomentado de tal manera la división entre el “nosotros” y “todos los demás”. En el curso de la contienda Trump atacó, insultó, ridiculizó y denigró a cuanto grupo se le puso enfrente: mujeres, personas con discapacidades, Demócratas, Republicanos, héroes de guerra, Republicanos héroes de guerra, familiares de héroes de guerra caídos en combate, periodistas, latinos, musulmanes, líderes de otros países, miembros de la OTAN, miembros del NAFTA, chinos, inmigrantes, actores, escritores, comediantes, cantantes y hasta a la familia Obama. No hemos terminado de revisar la eterna lista de ofensas pero sospechamos que en algún momento de confusión debe haberse insultado a si mismo, incluso.

¿Este es un candidato dispuesto ahora a la “unidad”? Difícil de tomar en serio. Como difícil es el creer que hay sinceridad en su propósito de “tratar con respeto a otros países que quieran hacer tratos con nosotros”. No olvidemos su visita a México en la que básicamente trató al presidente Peña Nieto como una herramienta de campaña y llegó a anunciarle a 100 millones de habitantes que pagarán por su mítico muro fronterizo.

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Los agradecimientos fueron comedia pura. Trump habló de Rudolph Giuliani como se habla de un tío excéntrico que cuenta historias de guerra en eventos familiares, básicamente. Invitó a hablar al jefe del Comité Nacional Republicano Reince Priebus, quien se negó a tomar el micrófono en varias ocasiones y terminó por referirse a él como “Presidente Donald Trump“, con una prisa por huir de los reflectores digna de Brad Pitt huyendo de los paparazzi. La mención de colaboradores de campaña fue eterna, extensiva a su familia y creo que a varias mascotas. ¡Ah, al final también se refirió casualmente a Mike Pence! Ya saben, ese Mike Pence que, incidentalmente, será el vicepresidente de este país. ¿Ven por qué digo que Trump no tenía idea de que iba a ganar? 

Extrañé en lo personal alguna clase de saludo fraternal al presidente Vladimir Putin y al Heroico Cuerpo de Hackers Rusos, pero imagino que no había mucho tiempo. Pero Trump reservó el final para hablar de cosas más concretas, como “duplicar el crecimiento económico”, apoyar a los veteranos de guerra, fortalecer toda la infraestructura del país, trabajar en pro de todos los americanos y hacer que el país sea “grande otra vez”. Muy esperanzador, y muy fiel con la tradición de toda su campaña, pues jamás explicó cómo va a lograr todas esas maravillas.

Ya casi al final hubo un momento que pudo ser de oro. Donald mencionó que haría cosas buenas por todos sus compatriotas, y algún refinado miembro de la audiencia gritó claramente “Kill Obama!”. Ya saben, en la larga tradición de festejar el triunfo de los candidatos con un llamado claro a cometer magnicidio. Barron, el hijo menor de Donald, hace una mueca de sorpresa y repudio que resultó esperanzadora, pues al menos sabemos que el pequeño se asusta aún de cosas que el padre considera “muestras de entusiasmo”. Y es que Donald Trump, recién electo como el presidente número 45 de los Estados Unidos de América, pudo haber acallado de inmediato al grotesco individuo. Pudo haber probado que sus intenciones de unificar, de trabajar en conjunto, de beneficiar a todo el país, eran dignas de ser tomadas en serio.

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Pero no. Trump titubeó un poco, sonrió a medias y saltó a otro tema. Y es que lo más probable es que, como el resto de la retórica del discurso, estaba pensando en soluciones que aún no ha comenzado a plantearse con seriedad. O quizá no es muy bueno improvisando sobre la marcha. A lo mejor tan sólo estaba cansado, después de tanta campaña.

O, en el escenario más realista, podemos deducir que Trump nunca pensó llegar tan lejos, y no sabe que más de la mitad de este país no aprueba su llegada al poder. Y el grito de “matar a Obama” se le perdió por estar pensando en cómo va a sobrevivir a cuatro largos años de cumplir con sus promesas.

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