Leonard Cohen
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Duele mucho este 2016, y más en lo que a la partida definitiva de artistas se refiere. Leonard Cohen ha muerto, y con él muere esa brillantez lírica que arrastraba con pesadez una creatividad perfeccionista y tortuosa. Él nunca fue ese poeta que hacía brotar versos con cada paso que daba: su mente trabajaba paciente en cada línea, a veces durante años, entregando virtuosismo en dosis calculadas y precisas.

Nacido en 1934, Cohen siempre fue fiel a esa dualidad natural de los oriundos de la provincia canadiense de Quebec. Su mente parecía estar siempre en otra parte, deseando el calor durante el frío y extrañando inviernos solitarios durante sus veranos de calidez y convivencia humana. Su poesía se convertía en canción, pero si la música no le agradaba regresaba a recitar esas letras en busca del acorde perfecto, de la melodía apropiada para cada sentimiento.

El joven Leonard fue un brillante universitario que publicaba libros llenos de sus geniales inspiraciones antes de cumplir los 21 años. Pese a poseer un carácter retraído, anhelaba conocer la trascendencia de los artistas de éxito y por ello adoptó la música. Tuvo encuentros íntimos con futuras leyendas como Janis Joplin y Joni Mitchell, de cuya convivencia surgieron temas geniales que parecen diseñados como documentos de una era dorada en la cultura popular, pero que a la vez son muestras breves de una complicada existencia al borde de la fama aduladora.

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Las andanzas y experiencias de Cohen llenarían un docena de biografías. Al ganar el Premio Príncipe de Asturias en reconocimiento a sus creaciones literarias, narró humildemente una anécdota casual sobre el músico callejero español que le impartió sus primeras (y únicas) lecciones de guitarra, cuando era apenas un joven viviendo en Montreal. Aquél músico se quitó la vida inexplicablemente días después de que se conocieran, pero la vivencia ilustró a la perfección los elogios sinceros de Leonard hacia toda España, cuna natal de su admirado Federico García Lorca. En otros artistas los saltos cuánticos entre influencias y referencias parecerían pedantes o autocomplacientes. En él siempre fueron testamento de una psique dedicada a expandir horizontes, a vivir más de una vida.

El hombre que criticó en múltiples ocasiones la ciega devoción a diversos credos no dudó con estudiar toda clase de religiones para informar su visión del ser humano, al punto de involucrarse con la Cienciología y de pasar varios años recluido en un monasterio budista de California, donde se ordenó como monje. La espiritualidad y la sexualidad permean su obra, elevando sus significados líricos pero conservando a la vez la humanidad que le distingue desde sus inicios.

Cohen despertó a la popularidad en los años 60, se distrajo en el hedonismo de los 70, se reinventó en los 80, se prestó a renacer artísticamente en los 90 y dedicó el siglo XXI a contemplar su mortalidad y legado desde múltiples ópticas. Puede presumir el haber sido amenazado con una ballesta por el productor Phil Spector durante las grabaciones de su álbum Death of a Ladies’ Man, pero también de haber cultivado sociedades de admiración mutua con Jimi Hendrix, Paul Simon y Bob Dylan, entre docenas de virtuosos.

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Esta credibilidad artística le facilitó el atraer talento, mismo que contribuyó a difundir por cuenta propia. Prácticamente lanzó las carreras respectivas de artistas tan disímbolas como Jennifer Warnes y Laura Brannigan, a quienes descubrió entre sus colaboradoras de sesión. Los músicos que se integraron a su banda para presentaciones en vivo durante diversas etapas de su vida artística presumen hoy día la prueba de honor implícita en ensayar incansablemente cada nota, cada armonía, siempre en busca de satisfacer los elevados estándares artísticos que poblaban su mente.

El cine amaba a Leonard. Su música inspiró la trama del hipnótico filme de Robert Altman McCabe & Mrs. Miller. Sus canciones inspiraban la radio pirata noventera del filme Pump Up The Volume. Le dio voz a un tango en Scent of a Woman, y prestó a Oliver Stone una apocalíptica visión de un mundo en crisis para Natural Born Killers. Lo cierto es que aún queda por convertir gran parte de su obra en nuevas historias, pues se especializó siempre en la creación de imágenes indelebles que saltaban de la letra escrita para dibujar escenarios llenos de vida.

El músico se aprestaba a pensar en el retiro en 2004 cuando descubrió que una amiga de toda la vida había traicionado su confianza, arrasando con toda su fortuna al fungir como su administradora. El temor ante una vejez sin patrimonio le orilló a emprender varias espectaculares giras por el mundo, donde presentaba dos actos llenos de éxitos legendarios y nuevas propuestas, canciones sin completar y clásicos reimaginados con orquesta. Cohen conservó su vigencia hasta el final, lanzando su último álbum You Want It Darker un par de semanas antes de morir. Sentía que su hora se acercaba, que partiría pronto a reencontrarse con amigos de antaño y con los amores que enriquecieron su vida y obra.

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Leonard Cohen luchó constantemente contra la idea de sumarse a los artistas inmortales, pues le intrigaba sobremanera lo que había del otro lado de la existencia humana. Así que no le digan que hoy se le tacha de leyenda, y mejor siéntense a escucharle hablar. Y es que su voz cantante era de conversación, de un narrador que siempre supo ver más que lo que veíamos el resto de nosotros. Porque cuando nos quejábamos de las brechas que resquebrajaban nuestro mundo, él nos hacía ver que entre ellas se filtraba la luz.

Hasta siempre, poeta.

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