Hillary Clinton Bill Clinton
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Nadie dijo que sería fácil. Bueno, eso no es del todo cierto: a un par de días de la elección las encuestas afirmaban que una victoria para Hillary Clinton en la contienda presidencial sería relativamente fácil, mostrando números que la ubicaban como favorita hasta en un 98% de las simulaciones.

Sin embargo lo recién sucedido será sin duda objeto de estudio durante años, décadas incluso. Y es que para entender los resultados finales del presente proceso electoral debemos remontarnos a los albores del historial político de Hillary Rodham Clinton, así como estudiar los factores que contribuyeron a su eventual caída en los comicios finales.

Quienes crean que el rumbo profesional de Hillary se fincó en la época en la que apenas se le conocía como “la esposa de Bill”, un candidato carismático que había navegado las turbias aguas de algunos escándalos para llegar a ser gobernador de Arkansas, se equivocan drásticamente. No, la formación de una mujer que invirtió más de tres décadas en prepararse para llegar a ser presidente de los Estados Unidos comenzó… en el bando republicano.

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La joven Hillary Rodham cultivó una filiación conservadora a su paso por Wellesley College, donde estudió ciencias políticas. Fue un periodo de ajustes y definición en el que a ratos militó con los conservadores y a ratos con los liberales, y quizá muchas de las críticas que le han perseguido a lo largo de su trayectoria nos remiten a esa identidad que, a ojos de muchos, podría tacharse de ambigua.

Sus estudios en Yale a principios de los años 70 mostraron una simpatía declarada ante los ideales demócratas, que coincidieron con la llegada a su vida de un estudiante de leyes llamado Bill Clinton. La formación de esta power couple ha sido el mayor impulso para la carrera política de la mujer que más se ha acercado a la silla presidencial de los EEUU, pero de alguna manera también se convirtió en su condena más seria.

Desde los famosos escándalos de Whitewater, donde tanto ella como su esposo enfrentaron acusaciones de arreglos turbios en un negocio de bienes raíces, hasta las actuales investigaciones sobre uso indebido de servidores de correo públicos para llevar a cabo comunicaciones de naturaleza confidencial, Hillary parece haber vivido una existencia reactiva, defendiéndose constantemente de una andanada de ataques en todos los frentes, sin importar mucho si eran su responsabilidad directa o no.

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 Si bien la explicación lógica es culpar al machismo y a la misoginia del trato dirigido hacia su persona, quizá la verdad respecto a la mala disposición que gran parte del electorado ha sentido hacia ella de manera histórica se debe a que su postura nunca resultó demasiado convincente. En un mundo y particularmente en una nación que gustan de tener etiquetas claramente definidas, la necesidad de Clinton por “ganarse” a la gente sonaba a ratos desesperada, a ratos poco sincera, y casi siempre dependiente de estándares ridículos.

Cuando Bill Clinton comenzó a exhibir un largo historial de relaciones extramaritales, los ataques contra Hillary llegaban tanto por parte de quienes le reclamaban su tolerancia ante las indiscreciones de su marido, como de aquellas personas que la culpaban de haberle orillado a buscar un affaire en la misma Casa Blanca. Después de todo, ¿qué tan agradable podría ser el estar casado con ella si el hombre más poderoso del mundo tenía que buscar consuelo al lado de una chica llamada Monica Lewinsky? Resultaba curioso que los cuestionamientos hacia la calidad moral de la entonces Primera Dama eran tan frecuentes como los que enfrentaba el mismo Bill.

Las cosas no mejoraron en este sentido una vez que Hillary cedió el puesto de Primera Dama y comenzó a contender por el Senado. Las acusaciones respecto a sus “gastos desmedidos” en campañas senatoriales llamaron la atención de sus detractores, y pese a que dedicó gran parte de su gestión a establecer vínculos en ambos partidos, la imagen que proyectaba era la de una persona dispuesta a todo con tal de lograr sus objetivos. Esto sería una cualidad apreciable… en el caso de un político perteneciente al sexo masculino. Para una mujer era tan solo cumplir con el estereotipo de “habituada a malgastar el dinero”.

En efecto, si crees que el haber sido llamada “nasty woman” en un debate presidencial resume la animadversión enfrentada por Clinton respecto a su género, necesitas hacer un poco de memoria. El tema de que no puede mostrarse más asertiva en cuanto a sus posturas políticas, manifestar mayor agresividad al enfrentar a oponentes y hasta exhibir fortaleza física superior (recordando su desmayo en plena campaña, cuando padecía de neumonía), siempre termina por explicarse con la simpleza de que “es mujer”.

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Los resultados observados la noche de votaciones sugieren que el apoyo incondicional recibido por otras mujeres prominentes en la política (Michelle Obama, Angela Merkel) o en los medios (Katy Perry, Lady Gaga) no resultaron tan determinantes en una sociedad que, pese a haber experimentado una movilización apreciable en el discurso rumbo a la igualdad de género, todavía tiene mucho por hacer para que esa teoría se refleje en la práctica. Lejos de culpar a la falta de confiabilidad de las encuestas o a la apatía de algunos sectores, los partidarios de Hillary deberían pensar en que las raíces de la antipatía generada por su candidata son atribuibles a que las ideologías más anticuadas siempre se apoyan en la ignorancia para subsistir.

Esta paradoja define a la elección presidencial de 2016: la promesa de unificar se topó de frente contra la añeja pero efectiva práctica de sembrar miedo entre los inconformes. Pregonar una y otra vez que las culpas sobre el ataque a los diplomáticos estadounidenses en Benghazi eran responsabilidad directa de la mujer que fungía como Secretaria de Estado en esa época fue ignorar, muy convenientemente, a la larga cadena de responsables en torno al hecho. Por no mencionar que hay incidentes históricos mucho más graves que fueron responsabilidad de muchos hombres… porque no había ninguna mujer a la mano para echarle la culpa.

¿Cómo debe enfrentar el país el reciente resultado de la elección? Con muchas reservas respecto a lo que depara el futuro. La vieja usanza de consolidar fuerzas en torno al ganador de la gesta presidencial murieron en el 2000, cuando el país se dividió entre partidarios de Gore y Bush, con ambos lados creyendo fervientemente que merecían haber ganado.

Se ve lejana la posibilidad de ver a Clinton montando otra ofensiva en pos de la Casa Blanca dentro de cuatro años. Esta era su oportunidad, y ya pasó de largo. Lo malo es que se ve más lejana aún la posibilidad de que surja otra mujer capaz de tolerar tantos ataques, durante tanto tiempo, en una nación que en el fondo no quiere ver al sexo opuesto dando las órdenes. Esa es la realidad que arrojaron las cuentas finales de la elección 2016: el voto educado se cancela frente al voto del miedo a lo que desconoce, y este último bando suele ser el más numeroso.

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