Donald Trump
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En teoría hay cosas más importantes para un presidente electo que monitorear los medios en busca de motivos para sentirse atacado. En teoría. En la práctica, sin embargo, estamos hablando de Donald Trump: el presidente más “mediático” en la historia de los Estados Unidos, algo que se le confiere por el simple hecho de haber surgido como una creación de los medios, y no como un político de carrera.

El problema es que Trump está enfrentando un serio problema de credibilidad y percepción durante los últimos días. Todo comenzó el viernes pasado, durante una función de la popular obra teatral Hamilton. Al término de la velada, y sabiendo que el vicepresidente electo Mike Pence se encontraba en el recinto, el actor Brandon Victor Dixon le dirigió unas palabras al futuro mandatario, quien abandonaba el teatro en medio de algunos abucheos por parte del público asistente.

Las palabras de Dixon fueron un educado y elocuente llamado a la verdadera inclusión de las minorías en el próximo periodo presidencial. “Conservar los valores americanos” frente a las crecientes amenazas de intolerancia y segregación parecía una petición sensata, considerando el discurso esbozado por la fórmula republicana durante toda la campaña.

Pero Trump no lo consideró así. Tras un profundamente ignorante comentario tachando a Hamilton de estar “sobrevalorada” (aunque no ha visto la obra, claro), el próximo ocupante de la Casa Blanca escribió que el elenco de la puesta en escena había sido muy grosero y que habían “acosado” a Pence, exigiéndoles además una disculpa.

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Trump sumó a esta queja otra más, ahora dirigida a Saturday Night Live. El programa de comedia tuvo la osadía de abrir con un sketch donde Alec Baldwin una vez más imitó magistralmente a Donald, resaltando su falta de preparación para el cargo y su eminente ausencia de un plan concreto para reforzar sus ideas de “hacer a América grande otra vez”.

Así es como el futuro presidente de EEUU dedicó algo de su valioso tiempo: escribiendo en Twitter que SNL “no es nada gracioso” y que tiene una marcada tendencia en su contra, añadiendo que deberían darle “tiempo igualitario”.

Las respuestas, naturalmente, no se hicieron esperar: Brandon Victor Dixon ha aparecido en diversos medios comentando lo sucedido, y recalcando que los valores de libre expresión y de poder demandar sus derechos ciudadanos en ningún momento le harán pedirle una disculpa a Pence. Sobra decir que tiene razón, en particular cuando el mismo Pence afirmó que nunca se sintió atacado u ofendido por el hecho.

Baldwin fue un poco más lejos, aleccionando a Trump en lo que debería de estar haciendo en vez de preocuparse tanto por lo que un programa de comedia dice sobre su persona. Añadió su propia disponibilidad para explicarle al millonario sobre algunas cosas que podría hacer para facilitar su trabajo. Es obvio que no ha recibido una respuesta de parte del exconductor de The Apprentice.

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En otro contexto podríamos atribuir estos descalabros a la inexperiencia y a la falta de sagacidad para enfrentar a los medios, pero resulta absurdo argumentar algo así tratándose de Trump. Para él esta clase de intercambios resultaban parte de su modus vivendi: oportunidades inequívocas para revolver las aguas del discurso público y llamar la atención hacia su figura.

No habría nada malo en ello tratándose de su vida previa como personalidad mediática y “marca humana”. Lo preocupante es que esa versión de Trump quedó atrás el martes 9 de noviembre. Ahora es el futuro presidente de Estados Unidos, y su comportamiento debería ser mucho más comprometido con el trabajo que está por asumir, no por llamar la atención hacia los negocios que ostentan su nombre.

Las preocupaciones respecto a esta percepción que tiene en torno al cargo se extienden a muchos de sus colaboradores. Omarosa Manigault, la polémica concursante de The Apprentice que ha hecho toda una carrera a partir de ser prepotente e insufrible, recientemente declaró a los medios que su aún jefe (ella formó parte de su equipo de campaña) tenía una “lista de personas que lo habían atacado en su camino a la presidencia” y que muy pronto tendrían “que postrarse ante el presidente Trump”.

En Estados Unidos los ciudadanos no se postran ante el presidente, Omarosa. Es un empleado de la gente, y como tal puede ser despedido de su cargo (¿Te suena el nombre de Richard Nixon?). En Estados Unidos el presidente tampoco tiene la última palabra ni el control absoluto sobre los medios, Trump. Estos son un bastión desde donde la libertad se expresa sin reservas, y es la misma libertad que le permitió al candidato republicano insultar libremente a toda clase de individuos y grupos de camino al triunfo.

Ahora sería un buen momento para redoblar esfuerzos en hacer esta clase de comedia, y de emitir mensajes como el que hicieron los creadores de Hamilton. No sólo refrendan la idea de que vivimos en un país libre, sino que pueden ser, a fuerza de insistencia, un recordatorio permanente para Trump y los suyos de que no están en un reality show… sino en una realidad que tienen que enfrentar de manera seria.

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