Harry Potter y la inmortalidad forzada
Warner Bros.

En una ocasión tuve la oportunidad de conocer al escritor Álvaro Mutis durante la presentación de uno de sus libros. Tocó el tema de la tentativa de matar a su personaje más popular, Maqroll el Gaviero, protagonista de sus obras más célebres y un notable favorito de sus lectores. El colombiano dijo haberse sorprendido por las virulentas reacciones en contra de esta idea, en especial la de un colega escritor que le reclamó: “Tú puedes haberlo ideado y escrito, pero entiende que Maqroll ya no te pertenece a ti”.

Maqroll el Gaviero no es, tristemente, tan popular como Harry Potter (sin quitarle nada a este último, claro), pero la condición de estar sujeto a los designios de quienes le han “adoptado” (los lectores) es un asunto esperado cuando hay éxito de por medio. Y hablando del joven mago, cuya historia imaginada por J.K. Rowling abarca siete de los libros más vendidos en la historia de la literatura, el ejemplo es aún más contundente.

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Es por eso que las recientes declaraciones de Rowling respecto a que ha “terminado” de abordar la vida de su popular personaje tras el estreno de la obra teatral Harry Potter and the Cursed Child me suena… poco creíble. Y es que esta clase de aseveraciones pueden expresarse con toda sinceridad por parte de un autor, pero la última palabra parece estar siempre del lado del público.

Cuando Rowling comenzaba a hacerse notar con la aún inconclusa saga desarrollada en la Academia de Hogwarts, recuerdo una entrevista en la que se le preguntaba por la posibilidad de ver a sus creaciones plasmadas en la pantalla grande. Ella lucía incómoda en ese entonces al tocar el tema, diciendo que la idea no le entusiasmaba pues podían “desvirtuar la historia” de mil y un maneras. Un par de años más tarde la escritora había sido convencida de que llevar sus libros al cine era lo correcto debido a la abrumadora demanda por parte de sus fans, y vimos nacer la primera de ocho películas.

Pese a todo, la británica también habló en varias ocasiones sobre los planes para Harry Potter una vez publicada la última novela en la serie. Sus palabras eran descorazonadoras, pues afirmaba categóricamente que no tenía nada más que decir respecto a Harry, su fiel amigo Ron Wesley, su devota amiga Hermione Granger o el resto de los habitantes de su prolífico universo literario. La mujer, a estas alturas convertida en una multimillonaria con el futuro asegurado, aseveró que se dedicaría a explorar otra clase de historias.

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¡Ah, pero entre la entrega del último libro y su conversión a filme algo interesante sucedió! El impacto global del producto se tornó en una locomotora sin frenos: videojuegos, la comunidad virtual Pottermore, figuras de acción, golosinas, un ambicioso parque temático y muchas otras iniciativas de mercado asociadas con la franquicia crearon demanda adicional por nuevas historias. Así vimos llegar la publicación de volúmenes “relacionados” con el mundo de Hogwarts a través de textos escolares sobre temas mágicos.

Pero seguramente ya no quedaría mucho que decir respecto a Harry y sus amigos, ¿correcto? No lo creas. Rowling otorgó su bendición para una nueva serie de películas que, para fines prácticos, funcionarán como precuelas a los filmes de Potter. Fantastic Beasts and Where to Find Them está por estrenarse, y pese a que el título podría sonarte a una guía relacionada con la captura de exóticas variedades de Pokémon, no debes confundir franquicias: Esto es cosa de magos, pócimas, hechizos y criaturas fantásticas, no de animes.

La evidencia de que J.K. hablaba en serio al decir que la historia de Harry Potter se daba por terminada no era contundente. Por eso el enterarme de que la escritora había decidido regresar al abrevadero creativo con una obra teatral en la que el joven mago es ahora un adulto responsable con hijos adolescentes… digamos que la sorpresa no fue mayúscula. Ni siquiera tuve que leer alguna clase de justificación por parte de Rowling para retractarse de sus intenciones: todo se manejó con la naturalidad que se deriva de lo inevitable.

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Pero ahora sí va en serio. La pluma detrás del fenómeno literario de nuestra era NO volverá a escribir nada relacionado con “El Niño que Sobrevivió”, el joven que derrotó al fin al malvado hechicero Voldemort, el chico que puso de moda las gafas redondas como si fuera un John Lennon de las varitas mágicas. Harry Potter ha muerto… literariamente hablando, por supuesto.

¿O ha muerto de verdad? Porque vamos, si J.K. Rowling tiene una súbita comezón creativa que le obliga a rascarse en forma de otro libro, otro guión más, ¿quién le va a recordar sus declaraciones respecto a la resolución de abandonar a Harry en el olvido? ¿Qué pasará si quiere escribir ‘Harry Potter y la Próstata Inflamada’ para explorar la existencia del popular héroe al llegar a la tercera edad? ¿Y si al fin se animan a hacer un musical situado en Hogwarts? ¿Cómo se le da un portazo en la nariz a alguien cuyo destino parece estar ligado a la necesidad obsesiva de los fans por saber más, por descubrir más?

La ironía de todo este fenómeno es que Harry Potter ha hecho inmortal a su creadora bajo sus propios términos, y ahora ambos viven ligados inexorablemente al éxito. Yo no soy un asiduo consumidor de todo lo que genera J.K. Rowling en el ámbito creativo, pero puedo entender que la escritora está tan lejos de poder cerrar en definitiva la historia de su creación como yo estoy lejos de recibir un Nobel de Literatura. Harry es más inmortal que nunca, y ni las intenciones de su creadora ni la indiferencia de la crítica cambiarán jamás esa condición. Y eso sí: hay algo curiosamente maquiavélico al imaginar a Rowling, más millonaria que una legión de Trumps, obligada a pensar nuevos escenarios para Harry como si fuera su empleada más devota.

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